LA DECISIÓN
Todo parece tan sencillo, y, sin embargo…
Amaneced a cada tanto y navego en tus mares,
oh, poderosa tierra, que te arrastras tenebrosa,
entre estas cumbres de guijarros.
Sabores huecos de un pasado anhelado.
Tímida y herrumbrosa pareces condenada
cual sublime paloma,
a encadenarte en las alturas.
Refrena tus impulsos lujuriosos.
Reflexiona, alma mía.
No todo fue catástrofe.
Hubo días y lugares…
Hubo un tiempo, oh poderosa tierra,
en que tu voz dominaba los más remotos mares del planeta.
Todo pasaba por tu voz.
Todo se oía en ella:
caracolas gigantes con sonidos dulces de volcanes
ensortijaban la noche.
Soliloquios de metal,
agudo soliloquio entre tus dedos.
Curiosos juegos de azar,
velamen híbrido de voces encasilladas en el implacable viento.
Juguemos, oh poderosa tierra,
el peligroso juego del descentramiento.
Descentrémonos un instante:
un instante solamente, mi boca en la tuya,
mis pies, gravosa espuma, por los aire.
Tu lengua, ardiente lava, en mi perfil,
sanguinarios ojos que nos devoran entre jugos cáusticos.
Olor a carne despojada de memoria.
Violento perfume de tierra calcinada,
son tus huesos agitándose como banderas,
al viento, en la tarde.
Todo parece tan sencillo, y, sin embargo…
María Rosa Puchol
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