MUJER TRABAJADORA
Se levantó algo inquieta
esa mañana de marzo.
Con todo el día por
delante para agostar prejuicios
se detuvo en la fecha del
calendario, ocho de marzo.
Siempre le habían gustado
los número pares, porque
No sabía qué hacer con el
resto de lo que no cuadraba.
Se entretenía, en el
desayuno, jugando con las fechas,
ya que eso del tiempo le
provocaba alguna dificultad.
Esa mañana el ocho de
marzo no la invitó a jugar,
sabía que el ocho era el número
atómico del oxígeno
y que los octágonos tenían
veinte diagonales,
datos suficientes para disparar
su cuantiosa imaginación
que siempre la perseguía y
a veces nublaba la realidad.
Hoy carecía de
clarividencia. No desesperó, mientras oía la radio,
acometió la tarea diaria
de acicalar su cuerpo;
era una mujer y su
atractivo le compensaba de no sabía qué.
Escuchó la noticia y
comprendió: ocho de marzo, día de la mujer trabajadora.
Algo de impiedad existe en
la celebración de la muerte
y aunque no era religiosa
creía en el símbolo
y pensó que quizás Eva tenía
algo que ver,
el dolor se había
instalado en el mundo de manos de la mujer
y salir de esos confines
provocaba más de un aprieto.
La venganza fue atroz,
convertida en madre
y recluida entre cuatro
paredes pasaban los siglos.
Ellas algo ponían de su
parte, amantes de las compensaciones
un hombre y un hijo
saciaban sus impulsos recónditos.
Mas el destino no siempre
fue cruel, había habido mujeres
que se pusieron el mundo
por montera y con argucias diversas
derribaron paredes e
injusticias para hacer de la humanidad su casa.
Se sobrecogió con estas
reflexiones, si había sido posible para una,
era posible para todas y
ella, que abandonó de pequeña la idea de ser tonta,
estaba convencida de que
con trabajo se muelen piedras.
No lo dudó, una última
mirada en el espejo
y se dirigió al trabajo. Esa
era su manera de festejar.
Pilar Rojas
Del libro "Mujer de otoño"