LA
CALLE
La
calle es larga y negra por la noche.
Hay
que llevar el sol en la solapa.
O,
al menos, una estrella de bolsillo.
La
calle es peligrosa. Muy bien puedes
partirte
el corazón contra una esquina
si
no lo llevas limpio y en la mano,
si
no has sabido a tiempo y sin remilgos
llenarlo
con la sangre más caliente.
Conviene
andar descalzo y sin sombrero;
quitarse
la sortija y la corbata;
armarse
con el dardo de una espiga
para
pasar de noche por la calle.
Hay
que tener en cuenta, muy en cuenta,
que
hay manchas a lo largo de los muros
y
sombras que parecen conocidas
y
zanjas donde yacen piernas rotas.
Los
quicios está llenos de chaquetas
sucias
de llanto y de sudor antiguo.
Las
casas se apretujan en silencio
guardando
grandes masas apiñadas
de
cuerpos que disuelven su cansancio
en
una muerte dulce y transitoria.
Pero
los pechos laten y respiran
y
hay una fuerza enorme en su latido,
un
potencial de vida inextinguible
que
se alzará total en la mañana
y
se pondrá a la obra de hacer mundo.
La
calle es dolorosa por la noche:
produce
malestar en las costillas,
sabe
a mendrugo, a vino y a pecado.
Pero
sus hombres tienen hierro y savia,
fuego
de Dios, la sal de nuestra tierra
en
la profunda médula del hueso.
Si
no quieres tu muerte decisiva,
no
escapes por el cabo de la calle.
Entra
en las casas, mira a los que duermen,
toca
sus manos, pon una esperanza
entre
sus ojos, acomoda al niño
que
se apartó del seno de su madre.
Mejor
aún, hazte un pequeño hueco
entre
las filas, tiéndete a su lado,
duerme
su mismo sueño penitente
y
cuando el sol comience un nuevo día,
vete
a cumplir con ellos la tarea.
Ángela
Figuera Aymerich
Autor del cuadro: John Atkinson Grimshaw