EL NIÑO DE LA NOCHE
Riéndose,
burlándose con claridad del día,
Se
hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
No
quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
Más
de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Quise
ser… ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
Al
centro de la esfera de todo lo que existe.
Quise
llevar la risa como lo más hermoso.
He
muerto sonriendo serenamente triste.
Niño
dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve
a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás
amor. Atrás, niño, porque no quiero
Salir
donde la luz su gran tristeza encuentre.
Regreso
al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo
a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En
una sensitiva sombra de transparencia,
En
un íntimo espacio rodas de octubre a octubre.
Vientre:
carne central de todo lo existente.
Bóveda
eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche
final en cuy profundidad se siente
La
voz de las raíces y el soplo de la altura.
Bajo
tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi
cuerpo en una densa constelación gravita.
El
universo agolpa su errante resonancia
Allí,
donde la historia del hombre ha sido escrita.
Mirar,
y ver en torno la soledad, el monte,
El
mar, por la ventana de un corazón entero
Que
ayer se acongojaba de nos ser horizonte
Abierto
a un mundo de menos mudable y pasajero.
Acumular
la piedra y el niño para nada:
Para
vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide
de sal temible y limitada,
Sin
fuego ni frescura. No. vuelve, vida mía.
Más
algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo
en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me
arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
Vuelvo
a llorar desnudo, como siempre he llorado.
Miguel
Hernández