LLAMO A LOS POETAS
Entre
todos vosotros, con Vicente Aleixandre
y
con Pablo Neruda tomo silla en la tierra;
tal
vez porque he sentido su corazón cercano
cerca
de mí, casi rozando el mío.
Con
ellos me he sentido mas arraigado y hondo,
y
además menos solo. Ya vosotros sabéis
lo
solo que yo voy, por qué voy yo tan solo.
Andando
voy, tan solos yo y mi sombra.
Alberti,
Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias,
Machado,
Juan Ramón, León Felipe, Aparicio,
Oliver,
Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos;
por
lo que enloquecemos lentamente.
Hablemos
del trabajo, del amor sobre todo,
donde
la telaraña y el alacrán no habitan.
Hoy
quiero abandonarme tratando con vosotros
de
la buena semilla de la tierra.
Dejemos
el museo, la biblioteca, el aula
sin
emoción, sin tierra, glacial, para otro
tiempo.
Ya
sé que en esos sitios tiritará mañana
mi
corazón helado en varios tomos.
Quitémonos
el pavo real y suficiente,
la
palabra con toga, la pantera de acechos.
Vamos
a hablar del día, de la emoción del día.
Abandonemos
la solemnidad.
Así;
sin esa barba postiza, ni esta cita
que
la insolencia pone bajo nuestra nariz,
hablaremos
unidos, comprendidos, sentados,
de
las cosas del mundo frente al hombre.
Así
descenderemos de nuestro pedestal,
de
nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos
a
una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra,
sin
el brillo del lente polvoriento.
Ahí
está Federico: sentémonos al pie
de
su herida, debajo del chorro asesinado,
que
quiero contener como si fuera mío,
y
salta, y no se acalla entre las fuentes.
Siempre
fuimos nosotros sembradores de sangre.
Por
eso nos sentimos semejantes del trigo.
No
reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol,
y
la familia del enamorado.
Siendo
de esa familia, somos la sal del aire.
Tan
sensibles al clima como la misma sal,
una
racha de otoño nos deja moribundos
sobre
la huella de los sepultados.
Eso
sí; somos algo. Nuestros cinco sentidos
en
todo arraigan, piden posesión y locura.
Agredimos
al tiempo con la feliz cigarra,
con
el terrestre sueño que alentamos.
Hablemos,
Federico, Vicente, Pablo, Antonio,
Luis,
Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael.
Arturo,
Pedro, Juan Antonio, León Felipe.
Hablemos
sobre el vino y la cosecha.
Si
queréis, nadaremos antes en esa alberca,
en
ese mar que anhela transparentar los cuerpos.
Veré
si hablamos luego con la verdad del agua,
que
aclara el labio de los que han mentido.
Miguel
Hernández
De
“El hombre acecha”
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