martes, 30 de enero de 2018

CANCIÓN DE LA PROSTITUTA - Bertolt Brecht


CANCIÓN DE LA PROSTITUTA

1
Señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo cosas que si me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

2
Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?


3
Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

Bertolt Brecht


lunes, 29 de enero de 2018

EL CUERPO Y EL ALMA - Vicente Aleixandre


EL CUERPO Y EL ALMA

Pero es más triste todavía, mucho más triste.
Triste como la rama deja caer su fruto para nadie.
Más triste, más.

Como ese vaho
que de la tierra exhala después la pulpa muerta.
Como esa mano que del cuerpo tendido
se eleva y quiere solamente acariciar las luces,
la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma.
alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando
tan delicadamente sobre la triste forma abandonada.
Alma de niebla dulce, suspendida
sobre su ayer amante, cuerpo inerme
que pálido se engría con las nocturnas horas
y queda quieto, solo, dulcemente vacío.

Alma de amor que vela y se separa
vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.

Vicente Aleixandre


domingo, 28 de enero de 2018

ESPARCIDO EL CABELLO POR LA ESPALDA... - Lope de Vega


ESPARCIDO EL CABELLO POR LA ESPALDA…

Esparcido el cabello por la espalda 
que fue del sol desprecio y maravilla, 
Silvia cogía por la verde orilla 
del mar de Cádiz conchas en su falda.
El agua, entre el hinojo de esmeralda, 
para que entrase más el curso humilla; 
tejió de mimbre una alta canastilla 
y púsola en su frente por guirnalda.
Mas cuando ya desamparó la playa, 
«Mal haya, dijo, el agua, que, tan poca 
con su sal me abrasó pies y vestidos».
Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya 
la sal que tiene tu graciosa boca, 
que así tiene abrasados mis sentidos».

Lope de Vega


viernes, 26 de enero de 2018

COSAS - Gabriela Mistral


COSAS

A Max Daireaux.

Amo las cosas que nunca tuve
con las otras que ya no tengo.

Yo toco un agua silenciosa,
parada en pastos friolentos,
que sin un viento tiritaba
en el huerto que era mi huerto.

La miro como la miraba;
me da un extraño pensamiento,
y juego, lenta, con esa agua
como con pez o con misterio.

Pienso en umbral donde dejé
pasos alegres que ya no llevo,
y en el umbral veo una llaga
llena de musgo y de silencio.

Me busco un verso que he perdido,
que a los siete años me dijeron.
Fue una mujer haciendo el pan
y yo su santa boca veo.

Viene un aroma roto en ráfagas;
soy muy dichosa si lo siento;
de tan delgado no es aroma,
siendo el olor de los almendros.

Me vuelve niños los sentidos;
le busco un nombre y no lo acierto,
y huelo el aire y los lugares
buscando almendros que no encuentro...

Un río suena siempre cerca.
Ha cuarenta años que lo siento.
Es canturía de mi sangre
o bien un ritmo que me dieron.

O el río Elqui de mi infancia
que me repecho y me vadeo.
Nunca lo pierdo; pecho a pecho,
como dos niños, nos tenemos.

Cuando sueño la Cordillera,
camino por desfiladeros,
y voy oyéndoles, sin tregua,
un silbo casi juramento.

Veo al remate del Pacífico
amoratado mi archipiélago
y de una isla me ha quedado
un olor acre de alción muerto...

Un dorso, un dorso grave y dulce,
remata el sueño que yo sueño.
Es el final de mi camino
y me descanso cuando llego.

Es tronco muerto o es mi padre
el vago dorso ceniciento.
Yo no pregunto, no lo turbo.
Me tiendo junto, callo y duermo.

Amo una piedra de Oaxaca
o Guatemala, a que me acerco,
roja y fija como mi cara
y cuya grieta da un aliento.

Al dormirme queda desnuda;
no sé por qué yo la volteo.
Y tal vez nunca la he tenido
y es mi sepulcro lo que veo…


Gabriela Mistral

miércoles, 24 de enero de 2018

DE OTRA RIBERA - Enrique Molina


DE OTRA RIBERA

También aquella mujer  gimió de gozo –yacía
como un proceso de fuego sobre las sábanas del pasado-
y dirigida hacia el más profundo centro de la muerte
la flecha sensual de su carne también he oído
resonar su voz en la casa día y noche en la avidez de mis órganos
como la temperatura fatal
de un salvaje jardín en el que amaba extraviarme cubierto
de flores enormes que articulaban un idioma ininteligible  y cotidiano
en torno a la gran ola blanca de su cuerpo.

Y del tañido de sus pisadas sobre un mundo recubierto de piedras
            y de tantos años
y del elástico animal de su risa
en el desordenado dormitorio donde se practicaban
las más letárgicas costumbres todo el horizonte
reducido a esa cabellera esparcida
y de su increíble presencia
de la mansa corriente de su belleza entre los meandros de la cocina
de todos los movimientos de la pasión y del olvido
queda sólo un tatuaje indescifrable
una ola
una garra aferrada al cuello.

Porque tal es mi naturaleza
                                               Oh y ahora
puede elegirlo todo: un dios por ejemplo
un vicio una bala
                                               Todo menos yo mismo
en mi vertiginosa  plenitud
menos ella
menos los grandes ajíes rojos de besarla
menos mi cuerpo que se escurre como una alimaña hacia
los paraísos de la frustración
Oh la dama de la cafetera matinal la dama del cálido trozo
de carne asada y de las rosas
que nunca resucitan…
                                               Pero aunque se hunda

seguirá para mí entre los erizos ¡es mía!
Aunque nada pueda adorar sino extrañas mutaciones
regiones secretas engendradas por el viento

Extraño y adorable lugar lleno de farsas y  plumas.

Enrique Molina

De “Las bellas furias”

lunes, 22 de enero de 2018

RECUERDO DE MARIE A. - Bertolt Brecht


RECUERDO DE MARIE A.

1
En aquel día de luna azul de septiembre
en silencio bajo un joven ciruelo
estreché a mi pálido amor callado
entre mis brazos como un sueño bendito.
Y por encima de nosotros en el hermoso cielo estival
había una nube, que contemplé mucho tiempo;
era muy blanca y tremendamente alta
y cuando volví a mirar hacia arriba, ya no estaba.

2
Desde aquel día muchas, muchas lunas
se han zambullido en silencio y han pasado.
Los ciruelos habrán sido arrancados
y si me preguntas ¿qué fue de aquel amor?
entonces te contesto: no consigo acordarme,
pero aún así, es cierto, sé a qué te refieres.
Aunque su rostro, de verdad, no lo recuerdo,
ahora sé tan solo que entonces la besé.

3
Y también  el beso lo habría olvidado hace tiempo
de no haber estado allí aquella nube;
a ella si la recuerdo y siempre la recordaré,
era muy blanca y venía de arriba.
Puede que los ciruelos todavía florezcan
y que aquella mujer tenga ya siete hijos,
pero aquella nube floreció sólo algunos minutos
y cuando miré a lo alto se estaba desvaneciendo en el viento.


Bertolt Brecht

domingo, 21 de enero de 2018

A UNA DAMA QUE SALIÓ REVUELTA UNA MAÑANA - Lope de Vega


A UNA DAMA QUE SALIÓ REVUELTA UNA MAÑANA

Hermoso desaliño, en quien se fía
cuanto después abrasa y enamora,
cual suele amanecer turbada aurora,
para matar de sol al mediodía.
Solimán natural, que desconfía
el resplandor con que los cielos dora;
dejad la arquilla, no os toquéis, señora,
tóquese la vejez de vuestra tía.
Mejor luce el jazmín, mejor la rosa
por el revuelto pelo en la nevada
columna de marfil, garganta hermosa.
Para la noche estáis mejor tocada;
que no anocheceréis tan aliñosa
como hoy amanecéis desaliñada.


Lope de Vega

jueves, 18 de enero de 2018

TENDIDOS, DE NOCHE - Vicente Aleixandre


TENDIDOS, DE NOCHE


Por eso tú,
quieta así, contemplándote,
casi escrutándote, queriendo en la noche mirar muy despacio el color de tus ojos.
Cogiendo tu cara con mis dos manos mientras tendida aquí yaces,
a mi lado, despierta, despertada, muda, mirándome.


Hundirme en tus ojos. Has dormido. Mirarte,
contemplarte sin adoración, con seca mirada. Como no puedo mirarte.
Porque no puedo mirarte sin amor.
Lo sé. Sin amor no te he visto.
¿Cómo serás tú sin amor?
A veces lo pienso. Mirarte sin amor. Verte como serás tú del otro lado.
Del otro lado de mis ojos. Allí donde pasas,
donde pasarías con otra luz, con otro pie,
con otro ruido de pasos. Con otro viento que movería tus vestidos.
Y llegarías. Sonrisa… Llegarías. Mirarte,
y verte como eres. Como sé que eres.
Como no eres… Porque eres aquí la que duerme.
La que despierto, la que te tengo.
La que en voz baja dice: “Hace frío”. La que cuando te beso murmura
casi cristalinamente, y con su olor me enloquece.
La que huele a la vida,
a presente, a tiempo dulce,
a tiempo oloroso.
la que señalo si extiendo mi brazo, la que recojo y acerco.
La que siento como tibieza estable,
mientras yo me siento como precipitación que huye,
que pasa, que se destruye y se quema.
La que permanece como una hoja de rosa que no se hace pálida.
La que me da vida sin pasar, presente,
presente inmóvil como amor, en mi dicha,
en este despertar y dormirse, en este amanecer,
en este apagar la luz y decir… Y callarse,
y quedarse dormido del lado del continuo olor que es la vida.


Vicente Aleixandre




domingo, 14 de enero de 2018

AMANTES VAGABUNDOS - Enrique Molina

AMANTES VAGABUNDOS


Nunca tuvimos casa ni paciencia ni olvido
Pero un poco más lejos hacia nada
Están las lámparas de viaje
temblando suavemente
los hoteles de garganta amarilla siempre rota
y sus toscas vajillas para el suicidio o la melancolía
 --¡Oh el errante graznido sobre la cumbrera!...—
Dormíamos al azar con montañas o chozas
bajo las lentas destrucciones del cielo prontas a arder
con un fuego inasible
junto al árbol de paso que se aleja
a menudo asomados a ventanas en ruinas
a balcones en llamas o en cenizas

En esos lechos de comarca
la lluvia es igual a los besos te desnudabas
girando dulcemente en la oscuridad con la rotación de la tierra
belleza impune belleza insensata
pero solo una vez sólo una vez
juega el amor sus dados de ladrón del destino:
si pierdes puedes saborear el orgullo
de contemplar tu porvenir en un puñado de arena

¡Cuántos rostros abandonados!
¡Cuántas puertas de viaje entreabriendo su llanto!
Cuántas mujeres que la luz ahoga
Sueltan sus cabelleras de región indeleble besada por el viento
Con aves inmóviles posadas para siempre en su mirada
Con el silbo de un tren que arranca lentamente sus raíces de hierro

Con la lucha de todo abandono y de toda esperanza
Con los grandes mercados donde pululan cifras injurias
legumbres y almas cerradas sobre sus negros sacos de
semillas
Y los andenes disueltos en una espuma férrea
--Desvarío tiempo y consumación—
Tumba de viejos días
Bella como el deseo en las venas terrestres
Su fuego es la nostalgia
La celosía del trópico tras la cual hay arañas cortinas en
jirones y una vieja victrola con la misma canción
inacabable
Pero los amantes exigen frustraciones tormentos
Peligros más sutiles:
Su pasado es incomprensible y se pierde como el mendigo
Dejado atrás en el paradero borrascoso.


Enrique Molina

ME VIENE, HAY DÍAS, UNA GANA UBÉRRIMA... - César Vallejo

ME VIENE, HAY DÍAS, UNA GANA UBÉRRIMA…


Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
De querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
Y me viene de lejos un querer
Demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
Al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
A la que llora por el que lloraba,
Al rey del vino, al esclavo del agua,
Al que ocultóse en su ira,
Al que suda, al que pasa al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
Al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
Su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
Un pañuelo al que no puede llorar
Y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
Remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
Y me urge estar sentado
A la diestra del zurdo, y responder al mundo
Tratando de serle útil en
Lo que puedo, y también quiero muchísimo
Lavarle al cojo el pie,
Y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste,  el mío, éste, el mundial,
Interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
Desde el cimiento, desde la ingle pública,
Y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
La bufanda al cantor,
Y al que sufre, besarle en su sartén,
Al sordo en su rumor craneano impávido;
Al que me da lo que olvidé en mi seno
En su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,
Cuando estoy al borde célebre de la violencia
O lleno de pecho el corazón, querría
Ayudar a reír al que sonríe,
Ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
Cuidar a los enfermos enfadándolos,
Comprarle al vendedor,
Ayudar a matar al matador? Cosa terrible?
Y quisiera yo ser bueno conmigo
En todo.

César Vallejo





jueves, 11 de enero de 2018

COBRA - Vicente Aleixandre


COBRA

La cobra toda ojos,
bulto echado la tarde (baja, nube),
bulto entre hojas secas,
rodeada de corazones de súbito parados.

Relojes como pulsos
en los árboles quietos son pájaros cuyas gargantas cuelgan,
besos amables a la cobra baja
cuya piel es sedosa o fría o estéril.

Cobra sobre cristal,
Chirriante como navaja fresca que deshace a una virgen,
fruta de la mañana,
cuyo terciopelo aún está por el aire en forma de ave.

Niñas como lagunas,
ojos como esperanzas,
desnudos como hojas
cobra pasa lasciva mirando a su otro cielo.

Pasa y repasa el mundo,
cadena de cuerpos o sangres que se tocan,
cuando la piel entera ha huído como un águila
que oculta el sol. ¡Oh cobra, ama, ama!

Ama bultos o naves o quejidos,
ama todo despacio, cuerpo a cuerpo,
entre muslos de frío o entre pechos
del tamaño de hielos apretados.

Labios, dientes o flores, nieves largas;
tierra debajo convulsa derivando.
Ama al fondo con sangre donde brilla
el carbunclo logrado.


Vicente Aleixandre

martes, 9 de enero de 2018

MUJER CON ALCUZA - Dámaso Alonso




MUJER CON ALCUZA


A Leopoldo Panero

¿A dónde a esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la esperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durantes muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
 por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
solo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
y un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
…aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

…No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón que pone amarilla un  momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad,
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
solo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un  asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

…Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que  esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
si, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada,
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como eso almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

Dámaso Alonso