domingo, 7 de enero de 2018

BANDERA - Gloria Gómez

BANDERA


Manos enarbolando colores en la madrugada
camino a la labranza, a la ebanistería, a las fábricas,
tras una tableta de dulce, ahuyentando el hambre.
Hay manos que honran la bandera elaborando el pan de la mesa,
la que acompaña el entusiasmo de una palabra
haciendo vibrar las vísceras en la noche
sin distinguir el color de la piel,
la que baila al son del viento que recorre las cumbres
llevando el candor de los afligidos,
percibiendo el furor de la garganta,
calmando la sed fulgente de los pueblos.

El color de la bandera
no distingue el hambre del campesino
del dolor exhausto en los altos campanarios,
sus colores llevan el de la sangre en los hospitales,
el de las lágrimas del destierro,
el verdor de las cumbres,
la limpia mirada, la primera sonrisa,
los amantes bajo la luna,
los sueños de la gente sencilla,
los que cruzan cada día la plaza
volviendo a los brazos de medianoche.
Amo esa bandera,
la que empuña el alma
y sostiene el poema de la pasión.

Más la bandera se decolora,
cuando el vecino elude una palabra,
al instalarse una frontera
en el llano de la escalera,
aparece el extraño en la llanura
y el calor del fogón se apaga.
Ahí el puño se resquebraja,
el cielo olvida su azul,
el monte pierde su verdor, y se abrasa,
las gentes dejan de sonreír
y el hermano desparece en otro continente.

Arrieros somos, compañero, vecino, amante,
el final del camino es común para todos.
Y allí sólo hay una bandera.


Gloria Gómez Candanedo

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