miércoles, 29 de abril de 2015

Poemas del Recital 17 de abril de 2015



PEQUEÑA BIOGRAFÍA DE UN HOMBRE CONTEMPORÁNEO


Entre dos guerras deflagró mi vida.
Entre dos apogeos del estrago.

Dos guerras grandes cual el mundo mismo.
Antes de la primera yo fui blanco.

Después de la segunda ya tenía
el color de la pólvora tatuado.

Antes de la primera iba desnudo,
animal inocente por los llanos
frumentales. Después de la segunda,
cota de malla y corazón blindado.

Olía el musgo a semen de leones.
Los arroyos a orines de caballo.

Antes de la primera no tenía
temor del fuego, del rescoldo humano.

Durante la segunda, intensamente
los tuétanos salidos me quemaron.

Pude sobrevivir arrebatándole
a un muerto su rincón. Y así, empujándolo

como a un costal de carcomidos huesos,
lo eché del foso y me escondí en su cárcamo.

Después clamaban a millar de voces
que yo era un resurrecto. Y me apedrearon.

Antes de la primera, humildemente
como se brinda un pan daba la mano.

Después de la segunda la escondía.
Antes de la primera, noble el paso.

El de un hombre sencillo que confiara.
Después de la segunda, brinco largo
de tigre hambriento. Vida bifurcada.
Ni siquiera me duele recordarlo.

Carezco de dolor. No tuve triunfos
ni dignidad y soy uno de tantos

delincuentes que nombran las noticias
cotidianas. Un nadie. Un ser castrado.

Lo demás que pudiera referiros es aún
más torpe, sórdido y extraño.

Intimidad inverecunda y podre.
Mi rostro no es auténtico. Es el falso

que todos ya tenemos; y conmigo
porto un papel. En uno de sus ángulos,
mi única dirección. No es verdadera.
Teléfono ficticio y un retrato

lleno de arrugas; máscara de un hombre
deliberadamente equivocado.

Alma y figura, nombre y domicilio,
todo simulación, todo bastardo.

Lo que sé y lo que ignoro y lo que nunca
podré saber. El sueño y lo insoñado.

La inmunda cabellera hasta la espalda.
Un infeliz andrógino barbado.


Más pudieran valerme estas señales
si algún día vulgar, un día amargo

sin fecha, como hay muchos en la vida;
sin prodigalidad, un día avaro,

yo me muero en la calle como muere
bajo la oscuridad un perro anciano.

Germán Pardo García

martes, 28 de abril de 2015

Poemas del recital 17 de abril de 2015


VIVO SIN VIVIR EN MÍ

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
“Que muero porque no muero”.

Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que me muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
ésta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
no dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero.


Santa Teresa de Jesús

domingo, 26 de abril de 2015

Poemas del recital 17 de abril de 2015


SONETO DE LA DULCE QUEJA


Tengo miedo a perder la maravilla 
de tus ojos de estatua y el acento 
que de noche me pone en la mejilla 
la solitaria rosa de tu aliento. 

Tengo pena de ser en esta orilla 
tronco sin ramas; y lo que más siento 
es no tener la flor, pulpa o arcilla, 
para el gusano de mi sufrimiento. 

Si tú eres el tesoro oculto mío, 
si eres mi cruz y mi dolor mojado, 
si soy el perro de tu señorío, 

no me dejes perder lo que he ganado 
y decora las aguas de tu río 
con hojas de mi otoño enajenado.


Federico García Lorca

viernes, 24 de abril de 2015

Poemas del Recital 17 de abril de 2015


OTRO VIAJE

Ya en los campos de Jaén,
amanece. Corre el tren
por sus brillantes rieles,
devorando matorrales,
alcaceles,
terraplenes, pedregales,
olivares, caseríos,
praderas y cardizales,
montes y valles sombríos.
Tras la turbia ventanilla
pasa la devanadera
del campo de primavera.
La luz en el techo brilla
de mi vagón de tercera.
Entre nubarrones blancos,
oro y grana,
la niebla de la mañana
huyendo por los barrancos.
¡Este insomne sueño mío!
¡Este frío
de un amanecer en vela!...
resonante,
jadeante,
marcha el tren. El campo vuela.
Enfrente de mí, un señor
sobre su manta dormido;
un fraile y un cazador
--el perro a sus pies tendido--.
Yo contemplo mi equipaje,
mi viejo saco de cuero;
y recuerdo otro viaje
hacia las tierras del Duero.
Otro viaje de ayer
por la tierra castellana
--¡pinos del amanecer
entre Almazán y Quintana!—
¡Y alegría
de un viajar en compañía!
¡Y la unión
que ha roto la muerte un día!
¡Mano fría
que aprietas mi corazón!
Tren, camina, silba, humea,
acarrea
tu ejército de vagones,
ajetrea
maletas y corazones.
Soledad,
sequedad.
Tan pobre me estoy quedando,
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando.


Antonio Machado

jueves, 23 de abril de 2015

Poemas del Recital 17 de abril de 2015


LLEGÓ LA POESÍA Y ME DIJO


Un sí o, bien, un no, me hicieron
abrir nuevos caminos, abandonar caminos.

Hasta que topé, una noche, con la Poesía
me la pasaba volando de un lado para otro
según el capricho de mis tiernas amadas
que del amor, solo sabían hacer el amor.

La Poesía me dijo con solvencia:
Para vivir, un hombre, no necesita volar
menos aún de un lado para otro tras su amada.
un hombre debe tener los pies a la altura de los pies.

El alma al alcance de una breve caricia,
el sol sobre la tierra a la hora del sol,
el cuerpo y la palabra cual ríos disponibles
y a la noche algún sueño, una historia de amor.

Un hombre tiene todas sus esperanzas en el hombre.
Un hombre tiene como bandera la libertad.
Le da agua al sediento y lucha por un trozo de pan
y ama, hace como que ama pero no sabe amar.

Un hombre, dijo la Poesía, con severidad,
un hombre sabe que morirá y no le importa.
Sabe que muere cuando escribe y, sin embargo, escribe.
Sabe que cada amor le mata y, sin embargo, se enamora.

Un hombre, le dije, ambiciona volar
y aunque no pueda no le importa.
Ambiciona volar, ama la ilusión de volar.
Sentir en ese instante que algún día…

Un hombre, Poesía, es capaz de matar,
es capaz de comerse el corazón amado,
quitarse de la boca con asco un beso de amor
y amar, de sus cautivos amantes, el dinero.

También una tarde cualquiera un hombre
se deja acariciar por una brisa, un aire,
un sentimiento lo golpea en el pecho
y el pobre hombre cayendo se enamora.

Y hace como si tuviera sangre en las venas
y salta y corre y se acaricia con frenesí
y quiere entregarse, totalmente, por amor
y, ahí, viene la policía y lo encarcelan.

¿Me sigues, Poesía? Del hombre hablamos.
Es capaz de morir por ideales falsos
capaz de hacer la guerra por casi nada
dejar morir su otra mitad, en silencio.

Se mete en el centro del volcán y lo desafía.
Quiere atravesar los océanos con su cuerpo,
tocar la inmensidad, el cielo con sus versos
agujerear el vientre de la montaña, la piedra.

El hombre quiere llegar con sus latidos
al centro desconocido de la tierra,
a la vida íntima de todos sus amantes,
quiere llegar, al corazón de las cosas.

Y se enamora, Poesía,
y se pudre como una flor al sol
cuando alguien se muere o lo abandona.

Miguel Oscar Menassa.
De “Al sur de Europa”


miércoles, 22 de abril de 2015

Poemas del recital 17 de abril de 2015


VISIÓN DE PRIMAVERA


Este domingo en flor de primavera
en el verde reciente de los prados,
junto al río, dormido en la ribera,
pastaba el pastorcillo sus ganados.

Leía en el librote con estampas
que regaló a la madre del señor cura,
mientras subía de las tierras campas
la niebla matinal hasta la altura.

Y era en el libro la maravillosa
rosa de una visión de primavera,
Milagrosa, la llama silenciosa,
y milagrosa, el agua pasajera.

¡Y el sol! El sol caía soslayado,
blondo y trivial como un adolescente
que por primera vez viese, azorado,
el llanto enorme y la montaña ingente.

Un mirlo en el seguro de algún chopo
silbaba la canción de la leyenda.
Y en la riba feraz hozaba un topo
el oculto trazado de su senda.

Leía el pastorcillo. Solamente
de vez en  vez cantaban las esquilas.
En el río dormía la corriente
en las aguas ahondas y tranquilas.

¡Oh, el encanto del libro, que decía
que la Blanca señora, entre las flores,
también alguna vez se aparecía
a los pobres y cándidos pastores!

Y ebrio de sol, de río y de milagro,
por almohadón el libro tan querido,
en la sonora soledad del agro
el pastorcillo se quedó dormido.

Y tuvo un sueño
por el cielo raso
navegaba una nube diminuta,
que dejaba prendidas a su paso
unas claras estrellas en su ruta.

Y venía hacia él, y se iba haciendo Mayor.
Y era su paso el de la aurora.
¡Y sobre ella venía, sonriendo
como una blanca flor, Nuestra Señora,

En sus brazos el niño Jesú Cristo,
y unos  ángeles rubios por cortejo!
(El pastorcillo tal la había visto
en las estampas del libro viejo).

Mas la nube dorada ya cernía
su gracia sobre el prado floreciente,
y desde el claro cielo descendía
a posarse en la hierba dulcemente.

Y las vacas, dejando el pasto ameno,
recogidas, devotas y asustadas,
doblegando sus manos sobre el heno
humillaron las testas encornadas.

Y la blanca señora al muchachuelo,
que estaba destocado y temeroso,
le dirigió su voz, que era del Cielo
un murmullo callado y melodioso:

<Tu tienes estas vacas en el prado
terreno, pastorcillo, pero no conoces
aquel prado regalado
que para mis amantes guardo yo>.

Allí cantan los mirlos ciérnales
en los copudos árboles de plata,
y beben mis corderos recentales
la blanca leche de la espesa nata.

¡Sube conmigo al místico alborozo,
al huerto de perenne primavera!
atónito escuchaba el pobre mozo
volteando en sus manos la montera.

Cuando, indeciso, preguntó a María,
con la voz matizada de ternura;
«¿y mis vacas señora, no podría
subirlas a ese prado de ventura?».

Se sonrió maravillosamente
la Virgen Santa y respondió que sí
y el pastorcillo entonces, diligente,
todas sus vacas congregó tras sí.
Y entraron en la nube misteriosa
las rojas, las marelas, las pintadas,
con la mirada grande y vagarosa,
tañendo las esquilas reposadas…
la nube se elevó pausadamente,
llevada por los vientos celestiales,
cruzó el río de lánguida corriente,
y navegó por el azul riente
hacia los frescos prados eternales.
Se levantó el retozo de la brisa,
para el pastor, de amargo despertar.
Repicaban la estrofa de la misa
a coro las campanas del lugar.

Ya el sol crecido por el campo ardía
matando flores con sus besos rojos.
Y lloró el pastorcillo que veía
la soledad del campo ante sus ojos
y, volviendo la vista a su ganado,
notó la falta de la más querida
de sus vacas… ¡pastaba en el cercado ajeno
yerba fresca y prohibida!

Y en su busca cruzó valles sombríos,
y praderas en flor, y matorrales,
y bosques hondos de árboles bravíos,
y frescos y cantores manantiales.
¡Allí estaba!... perdida en lejanía,
mordisqueando los retoños tiernos,
y volvió, sudoroso, al mediodía
sujetando a su vaca por los cuernos.



Dámaso Alonso

miércoles, 15 de abril de 2015

miércoles, 1 de abril de 2015

Poema leído en la presentación "Mujer de otoño" de Pilar Rojas


PALABRAS DEL ADIÓS

Quizás podríais pensar que fue una historia amable,
era lo que creían muchos de sus allegados.
Es inevitable que murmuren, decía él, y ella se calentaba
con el humeante bol donde había cocinado el amor.

A veces él se atoraba en una circunvolución e implacable
celaba la sonrisa con la que ella saludaba al alba.
Incapaz de la mínima cortesía, confundía su obstinación
con la mineralogía y se empeñaba en reducir tiempo y espacio
a una pequeña perla marina que colgaba, desafiante, de la cadena de su chaleco.

Las mañanas donde las palabras sulfúreas horadaban su cuerpo
ella se quedaba atónita, porque jamás había oído un roce de cadenas
y no podía imaginar gestos intempestivos, así que renunciaba a sociedades benéficas
con el mismo amor propio con el que había renunciado al adiós.
Cuando los vecinos miraban de soslayo los colores púrpuras
que inundaban su piel les hablaba de la moda del tatuaje
y de su inclinación a tomar distancia de los remordimientos que corroen la ciencia.

Él saludaba a los hombres con invertebradas frases en un tono de circunspecta afabilidad
y dirigía miradas lascivas a las mujeres como le habían enseñado en su familia.
Era un hombre conspicuo. Sentía predilección por los sublimados
y desconocía las ganancias y pérdidas de una sosegada conversación.

Ella entretenía los años con fantasiosas hazañas de muñeca inanimada
como durante siglos hicieran las hembras bien nacidas
no vaya a ser que alguien sospechara que podía desear.

Las diferencias intolerables redujeron sus vidas a un pequeño cuarzo negro
-porque como ya había dicho él era un amante de la mineralogía y sabía que el cuarzo negro contiene el cúmulo de la sabiduría ancestral-.
Si bien los días pasaban respetando estaciones era difícil,
en esas circunstancias, que la primavera llamara a la puerta
porque no hay lugar en un cuarzo negro para brotes de futuro.
Pero ella, con la fe debida a un facultativo, se obcecaba
en creer las promesas de su hombre, que sabía de música
porque siempre pulsaba la cuerda precisa y la hacía vibrar.

Un día ella se animó a decirle que se había enamorado
del esfenoides porque le había prestado las alas que siempre deseó
que le permitirían viajar para cultivar la tierra que florecía en primavera.

Esas fueron las palabras del adiós.

Pilar Rojas Martínez
Del libro “Mujer de otoño”