miércoles, 22 de abril de 2015

Poemas del recital 17 de abril de 2015


VISIÓN DE PRIMAVERA


Este domingo en flor de primavera
en el verde reciente de los prados,
junto al río, dormido en la ribera,
pastaba el pastorcillo sus ganados.

Leía en el librote con estampas
que regaló a la madre del señor cura,
mientras subía de las tierras campas
la niebla matinal hasta la altura.

Y era en el libro la maravillosa
rosa de una visión de primavera,
Milagrosa, la llama silenciosa,
y milagrosa, el agua pasajera.

¡Y el sol! El sol caía soslayado,
blondo y trivial como un adolescente
que por primera vez viese, azorado,
el llanto enorme y la montaña ingente.

Un mirlo en el seguro de algún chopo
silbaba la canción de la leyenda.
Y en la riba feraz hozaba un topo
el oculto trazado de su senda.

Leía el pastorcillo. Solamente
de vez en  vez cantaban las esquilas.
En el río dormía la corriente
en las aguas ahondas y tranquilas.

¡Oh, el encanto del libro, que decía
que la Blanca señora, entre las flores,
también alguna vez se aparecía
a los pobres y cándidos pastores!

Y ebrio de sol, de río y de milagro,
por almohadón el libro tan querido,
en la sonora soledad del agro
el pastorcillo se quedó dormido.

Y tuvo un sueño
por el cielo raso
navegaba una nube diminuta,
que dejaba prendidas a su paso
unas claras estrellas en su ruta.

Y venía hacia él, y se iba haciendo Mayor.
Y era su paso el de la aurora.
¡Y sobre ella venía, sonriendo
como una blanca flor, Nuestra Señora,

En sus brazos el niño Jesú Cristo,
y unos  ángeles rubios por cortejo!
(El pastorcillo tal la había visto
en las estampas del libro viejo).

Mas la nube dorada ya cernía
su gracia sobre el prado floreciente,
y desde el claro cielo descendía
a posarse en la hierba dulcemente.

Y las vacas, dejando el pasto ameno,
recogidas, devotas y asustadas,
doblegando sus manos sobre el heno
humillaron las testas encornadas.

Y la blanca señora al muchachuelo,
que estaba destocado y temeroso,
le dirigió su voz, que era del Cielo
un murmullo callado y melodioso:

<Tu tienes estas vacas en el prado
terreno, pastorcillo, pero no conoces
aquel prado regalado
que para mis amantes guardo yo>.

Allí cantan los mirlos ciérnales
en los copudos árboles de plata,
y beben mis corderos recentales
la blanca leche de la espesa nata.

¡Sube conmigo al místico alborozo,
al huerto de perenne primavera!
atónito escuchaba el pobre mozo
volteando en sus manos la montera.

Cuando, indeciso, preguntó a María,
con la voz matizada de ternura;
«¿y mis vacas señora, no podría
subirlas a ese prado de ventura?».

Se sonrió maravillosamente
la Virgen Santa y respondió que sí
y el pastorcillo entonces, diligente,
todas sus vacas congregó tras sí.
Y entraron en la nube misteriosa
las rojas, las marelas, las pintadas,
con la mirada grande y vagarosa,
tañendo las esquilas reposadas…
la nube se elevó pausadamente,
llevada por los vientos celestiales,
cruzó el río de lánguida corriente,
y navegó por el azul riente
hacia los frescos prados eternales.
Se levantó el retozo de la brisa,
para el pastor, de amargo despertar.
Repicaban la estrofa de la misa
a coro las campanas del lugar.

Ya el sol crecido por el campo ardía
matando flores con sus besos rojos.
Y lloró el pastorcillo que veía
la soledad del campo ante sus ojos
y, volviendo la vista a su ganado,
notó la falta de la más querida
de sus vacas… ¡pastaba en el cercado ajeno
yerba fresca y prohibida!

Y en su busca cruzó valles sombríos,
y praderas en flor, y matorrales,
y bosques hondos de árboles bravíos,
y frescos y cantores manantiales.
¡Allí estaba!... perdida en lejanía,
mordisqueando los retoños tiernos,
y volvió, sudoroso, al mediodía
sujetando a su vaca por los cuernos.



Dámaso Alonso

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