Mientras un
inusitado transeúnte se apodera de las calles
el libro da la
lección del revés
el profesor ya no
utiliza la tinta
los niños cantan a
las estatuas
las madres hilan de
noche
los hombres deambulan
desnudos.
Los abrazos, los
besos, se desafinan
la guitarra más
débil se hiere en la sombra
las bicicletas ya no
son para el verano.
La mirada del
anciano vierte en segundos toda su ciencia
los recuerdos se
cuelgan en las paredes
la muñeca llora
olvidada en la calle.
Los animales se
muestran osados
para aliviarnos.
Los hogares se
convierten en vientre
el miedo ya no es
una broma
la tristeza se
muestra salvaje…
los supermercados
son una guarida
los hospitales
susurran el himno de los difuntos,
el sol y la luna
tiemblan en una tierra desconocida
el trayecto en el
mapa se difumina.
Y nos iban
advirtiendo
y nos leyeron la
letra pequeña
y derramaron el
frasco para regarnos de esencia
y gritaron al cielo,
y cantaron a las estrellas
y aún así, la orbe,
dejo a la potestad del asesino
la bala del
silencio.
Y los mandatarios no
leyeron el aviso
y los que leyeron
miraron para otro lado
y en la arrogancia
el vaivén del carbón de la ola
arrojó cadáveres a
su antojo.
Y los que quedamos
seguimos perplejos
y el 2021 no es eso
que imaginamos.
Y los abrazos no
alcanzan el sentido del sexo
y las palabras no
logran abrazar el tiempo…
Y ahora nos queda
tender la sábana en
la abertura del tejado…
cultivar lo perdido
en contra del poema
caminar y esquivar
el abismo
ser invisible en el
trazo de la lluvia.
Velar a ras del
adoquín.
Esther Núñez Roma
Cuadro: Estambres y
pistilos de Carlos Fernández