LOS IDEALES
¿Quieres
pues, desleal, de mí apartarte
con
tus encantadoras fantasías,
con
tus dolores, con tus alegrías,
con
todo, huir inexorablemente?
¿Nada
en la huida detenerte puede,
¡oh,
tú! Edad dorada de mi vida?
Inútiles,
tus ondas presurosas
ya
de la eternidad al mar descienden.
Se
apagaron los soles placenteros
que
alumbraron mi senda juvenil,
y
deshechos están los ideales
que
otrora el ebrio corazón henchían,
ella
perdióse al fin, la dulce fe
en
seres que mi ensueño hizo nacer,
de
la hostil realidad volviese presa
lo
que divino y bello una vez se fue.
Como
un día con ansias vehementes
Pigmalión
a la piedra se abrazaba
hasta
que ardiente en las mejillas frías
de
mármol derramóse el sentimiento,
así
con amoroso abrazo uníme
a
la naturaleza, con placer
juvenil
hasta que empezó a alentar
y
a templar en mi pecho de poeta,
y
al compartir mis férvidos impulsos
un
lenguaje encontró la que era muda,
el
beso devolvióme del amor
y
de mi corazón oyó el latido;
árbol
y rosa para mí vivían,
plateadas
fuentes para mí cantaban,
y
hasta lo inanimado percibía,
el
eco claro de mi palpitar.
Dilató
con impulso poderoso
un
todo parturiento el pecho angosto,
para
salir de sí hacia la vida
con
imagen y son, palabra y obra.
Qué
grande era este mundo por su forma
cuando
aún el capullo lo ocultaba,
pero
qué poco ¡ay! se ha descubierto,
y
este poco, qué pobre y qué pequeño.
Cómo
saltó en las alas de su arrojo,
dichoso
en la quimera de su sueño,
aún
no sujeto por cuidado alguno,
el
joven, al cambio de la vida.
Hasta
el astro más pálido del éter
de
sus planes el vuelo levantólo,
nada
tan alto, tan lejano había,
adonde
con sus alas no llegase.
¡Qué
fácil hasta allá llevado era!
Para
el feliz ¡que había de agobiante!
¡Cómo
el ligero séquito danzaba
delante
del carruaje de la vida!
¡El
amor con la dulce recompensa,
con
su guirnalda de oro la ventura,
la
claridad con su estelar corona,
y
la verdad en el fulgor solar!
Mas,
¡ay! ya en el medio del camino
desorientáronse
los compañeros,
sus
pasos apartaron, desleales,
y
así fueron cediendo uno tras otro.
Volando
la ventura huyó ligera,
el
afán de saber quedó sediento,
de
la duda ciñeron nubes hoscas
la
figura solar de la verdad.
Las
sagradas coronas de la gloria
en
la frente vulgar vi profanadas,
¡ay!
muy pronto, tras corta primavera,
el
tiempo bello del amor huyó.
Y
siempre más silencio y siempre más
abandono
por la fragosa senda,
apenas
si encendía una vislumbre
en
la lóbrega vía la esperanza.
De
todo aquel cortejo alborozado,
¿quién
junto a mí permaneció amoroso?
¿Quién,
a mi lado aún, me da consuelo,
y
hasta la lóbrega mansión me sigue?
Tú,
la que sanas todas las heridas,
de
la amistad, callada y tierna mano,
partes
cordial las cargas de la vida,
tú,
la que pronto di en buscar y hallé,
y
tú, que bien con ella te emparejas,
la
que del alma aleja la tormenta.
Ocupación,
la que jamás se cansa,
la
que, lenta al crear, jamás destruye,
que
para edificar eternidades
si
alza de arena un grano sobre otro,
también
de la gran deuda de los tiempos,
minutos,
días, años va borrando.
Friedrich
Schiller
Cuadro: "Para que algo nazca" de Miguel Oscar Menassa