MEDITERRÁNEO
Mar
antiguo, me embriago con la voz
que
surge de tus bocas cuando se abren
como
verdes campanas
y
se echan hacia atrás y se disuelven.
La
casa de aquellos veranos tan lejanos
estaba
junto a ti –lo sabes-
allá
en la tierra donde el sol abrasa
y
nublan el aire los mosquitos.
Hoy
como entonces me paralizo en tu presencia,
mar,
pero ya no me creo
digno
de la solemne advertencia
de
tu respiración. Me dijiste ante todo
que
el pequeño latido de mi corazón
era
sólo un momento en el tuyo,
que
llevaba en el fondo tu temeraria ley;
ser
amplio y diferente, pero también constante
para
vaciarme de toda suciedad
como
haces tú cuando arrojas a las playas
entre
estrellas de mar, junto a corchos y algas,
los
inútiles escombros de tu abismo.
Hubiera
querido sentirme esencial y duro
como
los guijarros que devuelves
comidos
por la sal;
esquirla
fuera del tiempo, testimonio
de
una fría voluntad constante.
Pero
fui otro: hombre alerta que vigila,
en
sí mismo, y en los otros, el ardor
de
la vida instantánea –hombre lento
para
la acción que nadie logra destruir.
Quise
buscar el mal
que
carcome el mundo, la pequeña desviación
de
una palanca por la que se detiene
el
mecanismo universal, y vi todos
los
sucesos menudos
dispuestos
s desunirse por una sacudida.
Siguiendo
la huella de un sendero, sentí
en
mi corazón el desafío de lo opuesto;
quizá
necesitaba el bisturí que amputa,
la
mente que determina y se decide.
Otros
libros necesitaba
para
mí, no tu página estruendosa.
Pero
de nada puedo lamentarme: tú desatas
aún
los nudos internos con tu canto.
Tu
delirio se eleva ahora hacia los astros.
Si
pudiera contener
en
este pobre ritmo mío
un
poco al menos de tu desatino;
si
me fuese dado conciliar
tus
voces y mi habla balbuceante:
yo
que soñaba arrebatarte
las
salobres palabras
donde
naturaleza y arte se confunden,
para
proclamar mejor esta melancolía
de
niño envejecido que no debía pensar.
Y
en su lugar, sólo tengo las letras gastadas
de
los diccionarios, y la oscura voz
que
el amor dicta se enronquece,
se
vuelve lamentosa literatura.
No
tengo más que estas palabras
que
se ofrecen, como mujeres públicas,
a
quien las solicita:
no
atengo más que estas cansadas frases
que
mañana también podrán robarme
los
estudiantes astutos en versos verdaderos.
Y
tu estruendo crece, y se extiende,
azul,
la nueva sombra.
Mis
pensamientos me abandonan totalmente.
Sentidos
ya no tengo, ni sentido. Ni límite siquiera.
Eugenio
Montale
Cuadro: "Danza del agua" de Miguel Oscar Menassa
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