CREÍAS
QUE ERAS INMORTAL
Creías
que eras inmortal,
que
el camino bajo tus pies,
era
interminable,
creías
que tu salud sería infinita
y
nunca tendrías que ceder
a
ninguna sosería de caricia.
Tampoco
eran necesarias las palabras,
todo
el mundo debía saber lo que pensabas,
lo
que querías y por tanto debías tenerlo.
Creías
que nunca serías huérfano,
que
siempre tendrías la mano paterna en tu espalda,
evitando
la curva de la vida y el dolor del desencanto.
Pensabas
que nunca faltaría una madre
que
estuviera a tu lado cada vez
que
decides llenar de vahídos los sueños sin realizar.
Olvidaste
entregar una flor el día señalado en el calendario,
apuntando
en la página de las naderías una más.
No
diste la importancia de un plato caliente
y
el pan recién hecho,
las
sábanas limpias
y
el brillo del espejo cada mañana.
Los
años pasan,
y
dejan la huella
que
nunca hubieras imaginado te tocaría,
tú,
el siempre erguido,
oteando
la vida desde tu atalaya.
Han
pasado los años
y
una pequeña mota de polvo en el alma
no
te deja ronronear en la noche,
clamas
atención en cada movimiento espasmódico,
imploras
en silencio las palabras
que
la frialdad no dejó pronunciar,
ni
siquiera las mías.
Los
años pasan, amigo,
y
el invierno llega a tu puerta,
y
te sorprende desabrigado,
¡qué
lástima!
Aquellos
corazones que latían en tu entorno
ya
no están,
algunos
abandonaron el lugar.
Y
tú te ves con la misma alforja
que
regalabas a la pequeñez
rondando
tus noches.
Los
años pasan también para ti,
no
lo sabías, te creías inmortal.
La
adversidad también llega a tu puerta
vestida
con sus mejores galas,
la
desfachatez se despacha en tu mesa
dentro
del bocado más anhelante.
Los
años pasan, la vida pasa, los años…
Los
años aparecen en cada arruga de tu sien
recordando
que no volverán,
cada
pelo cano
por
cada renuncia del ajeno a tus misivas.
La
vida pasa por delante de tu zaguán,
también
te deja el recado de tu vejez,
no
estabas dispensado,
el
espejo te lo demuestra,
recuerdas,
aquella soberbia en la solapa?
Como
la bandera de tu fortuna!
Qué
lastima!
Tu
corazón también bombea sangre,
qué
lástima!
Tanto
tiempo perdido en la deriva del opresor,
qué
lástima!
Ahora
te das cuenta que nada volverá.
Nada
vuelve!
Gloria
Gómez Candanedo