PRIMER AMOR
Eva bajo los cielos
encantados
mostraba su armoniosa
desnudez
y parecía que al sentirla
los campos
se hacían inefables de
mansa placidez.
Era el encanto de su
cuerpo
resumen y compendio
de todo el universo.
En ella estaban todas las
dulces armonías,
todas las líneas en un
éxtasis puro,
todas las misteriosas
maravillas,
de lo más grande y de lo
más oculto.
En su cuerpo vibraban y
surgían
todos los hondos secretos
del mundo.
Estaba bajo los cielos
limpios
llena de vida saludable y
de calor
fragante a heno, envuelta
en sol.
Sus mejillas gozaban de
sentir el viento
y parecían hacer el aire
suave y fresco.
Era fuerte y hermosa su
cabeza
de tanto andar en algo;
sus pies fragantes de
haber pisado hierbas;
sus ojos suaves de haber
mirado campos:
sus manos claras y tiernas
de haber deshojado
pétalos: su cuerpo sano
de estar con la tierra en
contacto.
Su cabellera que casi
llega al suelo
tan acostumbrada era a su
cuerpo
que de haberla del cuerpo
separado
hubiera retenido sus
ondulaciones,
sus mismas formas hubiera
conservado.
Sus inmensos flancos
parecían gruesas ramas
curvadas,
y sus senos duros,
perfectos,
claramente demostraban
que estaban hechos
para que en ellos
floreciera
la vida humana.
¡Oh! Milagrosos senos de
la primera
mujer que hubo en la
Tierra,
senos en los cuales
arraigara
la vida de los hombres.
Senos de Eva,
de los cuales brotara
la clara leche madre de
las razas.
Su carne sonrosada y
fresca
de fruta nueva parecía
hecha.
Eva, mirando a Adán,
decirle parecía:
“Yo te ofrezco la vida,
te traigo en mis entrañas
el futuro,
en germen llevo todas las
distintas
razas del mundo”.
Adán sentía hacia Eva una
sana
atracción imperiosa,
una fuerza que a ella lo
empujaba
como una orden misteriosa.
Y Eva, en tanto, se le
ofrecía toda
con el vientre anhelante y
lleno de temblor,
como pidiendo a gritos la
fecundación.
Y Adán le dijo:
--Ven, quiero sentirte
junto a mí, quiero
rozarte,
yo estaba solo y tú
viniste
y toda mi enorme soledad
llenaste.
Yo estaba solo, pero no lo
sabía,
ahora tendrás que
acompañarme,
irás conmigo a todas
partes
ya que me has enseñado a
amar la compañía.
Y las palabras de Adán
siguiendo una invisible
senda aérea
buscaron los oídos de Eva
como su destino lógico y
natural,
como su último término,
así como las aguas buscan
al mar.
Y contemplando aquel
divino cuerpo
que despedía efluvios
luminosos,
sintió en sus labios un
raro cosquilleo
y un placer envolvente en
sus ojos.
Y sintió que sus labios
de sangre se llenaban
y quiso febrilmente
juntarlos
con los labios de Eva, que
él miraba
rojos como gajos de
naranjas.
Y Adán abrazó a EVA
y al estrecharla entre sus
brazos
creyó que abrazaba toda la
tierra.
Y allí, en medio de los
campos,
debajo de las ramas,
en pleno contacto con la
tierra se juntaron
sus cuerpos y sus almas,
y Eva sintió que rugían
de placer sus entrañas
cuando Adán afiebrado
vertía
en ella el germen de la
vida.
¡Oh instante solemne y
profundo!
Instante supremo
más grande que todo el
Universo
¡Oh apertura del amor en
el mundo!
Amor padre de toda
maravilla
y en todas las cosas
trascendentales;
eje de todos los actos de
la Vida,
causa y fuerza que impele
todo lo grande.
¡Oh primer amor que hizo
temblar la tierra,
las oscuras frondas y las
viejas montañas!
Amor, que haces la vida
buena
a toda la raza humana.
Y cuando dijo Adán esta
sola palabra
sencilla y clara:
“Amor”, dijo más, algo más
grande,
algo más pleno de alma,
más sublime e inefable
que todos los poemas
sobre el amor escritos en
la Tierra.
Amor, sonrisa y sollozo
prolongado
a través de los mundos y
los años.
Vicente Huidobro
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