CONFIDENCIA PROSAICA
Yo también
¡Sí! Yo tengo
-¿por qué no confesarlo?-
un pequeño fantasma,
un duende de familia.
No vaya a suponerse que mi
pequeño duende
sea un fantasma hierático,
espectral,
de castillo;
uno de esos fantasmas que
arrastran el espanto
entre viejas panoplias
y gritos coagulados,
o delatan incestos
dentro de una armadura,
cuando el silencio calza
las funerarias mallas
con que a Hamlet le place
pasearse entre las tumbas.
Mi fantasma es doméstico,
rectado,
apacible.
Jamás le he sorprendido
actitudes de almena,
ni lo he visto hospedarse
en la caja de un péndulo,
para que sus entrañas se
pueblen de latidos.
Cotidiano,
tranquilo,
modesto,
de bolsillo,
mi pequeño fantasma
no ahuyenta los retratos,
ni adopta almas de piedra
o heráldicas posturas.
Tal cual es,
sin embargo,
engalana mis noches
y es el único lujo de mis
horas vacías.
Ya sé que con frecuencia
revuelve mis papeles,
esconde alguna carta,
empaña mis anteojos,
me humilla al obligarme
a buscar los gemelos
debajo de la cómoda,
me esconde la boquilla;
pero es él quien mitiga la
fiebre del insomnio,
quien impide que pierdan
el compás las canillas,
quien oprime las llagas de
las puertas pintadas
y conforta el silencio,
la soledad,
el frío,
al pasear por los cuartos
su corpórea presencia de
fantasma benigno,
de duende que vigila
las sombras
y los ruidos.
Oliverio Girondo
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