martes, 31 de enero de 2017

LA MUJER MACHEGA


LA MUJER MANCHEGA

 
       La Mancha y sus mujeres… Argamasilla, Infantes
Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes,
y del manchego heroico, el ama y la sobrina
(el patio, la alacena, la cueva y la cocina,
la rueca y  la costura, la cuna y la pitanza),
la esposa de don Diego y la mujer de Panza,
la hija del ventero, y tantas como están
bajo la tierra, y  tantas que son y que serán
encanto de manchegos y madres de españoles
por tierras de lagares, molinos y arreboles.
     Es la mujer manchega garrida y bien plantada,
muy sobre sí doncella, perfecta de casada.
     El sol de la caliente llanura vinariega
quemó su piel, mas guarda frescura de bodega
su corazón. Devota, sabe rezar con fe
para que Dios nos libre de cuanto no se ve.
Su obra es la casa –menos celada que en Sevilla,
más gineceo y menos castillo que en  Castilla--.
Y es del hogar manchego la musa ordenadora;
alinea los vasares, los lienzos alcanfora;
las cuentas de la plata anota en su diario,
cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.
      ¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego,
dos ojos abrasaron un corazón manchego.
     ¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea?
¿No es el Toboso patria de la mujer idea
del corazón, engendro e imán de corazones,
a quien varón no impregna y aún parirá varones?
     Por esta Mancha –prados, viñedos y molinos—
que so el igual del cielo iguala sus caminos,
de cepas arrugadas en el tostado suelo
y mustios pastos como raído terciopelo;
por este seco llano de sol y lejanía,
en donde el ojo alcanza su pleno mediodía
(un diminuto bando de pájaros puntea
el índigo del cielo sobre la blanca aldea,
y allá se yergue un soto de verdes alamillos,
tras leguas y más leguas de campos amarillos),
por esta tierra, lejos del mar y la montaña,
el ancho reverbero del claro sol de España,
anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día
--amor nublóle el juicio: su corazón veía--.
     Y  tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano
eterna compañera y estrella de Quijano,
lozana labradora fincada en tus terrones
--oh madre de manchegos y numen de visiones—
viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera,
cuando tu amante erguía su lanza justiciera,
y en tu casona blanca ahechando el rubio trigo.
Aquel amor de fuego era por ti y contigo.
Mujeres de la Mancha con el sagrado mote
de Dulcinea, os salve la gloria de Quijote.
 

Antonio Machado

 

lunes, 30 de enero de 2017

EL NIÑO DE LA NOCHE


EL NIÑO DE LA NOCHE

 
Riéndose, burlándose con claridad del día,
se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
no quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.

 
Quise ser… ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
al centro de la esfera de todo lo que existe.
quise llevar la risa como lo más hermoso.
he muerto sonriendo serenamente triste.

 
Niño dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás amor. Atrás, niño, porque no quiero
salir donde la luz su gran tristeza encuentre.

 
Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En una sensitiva sombra de transparencia,
en un íntimo espacio rodas de octubre a octubre.

 
Vientre: carne central de todo lo existente.
Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche final en cuy profundidad se siente
la voz de las raíces y el soplo de la altura.

 
Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
El universo agolpa su errante resonancia
allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

 
Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
el mar, por la ventana de un corazón entero
que ayer se acongojaba de nos ser horizonte
abierto a un mundo de menos mudable y pasajero.

 
Acumular la piedra y el niño para nada:
para vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide de sal temible y limitada,
sin fuego ni frescura. No. vuelve, vida mía.

 
Más algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.

 
Miguel Hernández

 

 

domingo, 29 de enero de 2017

CUÉNTAME COMO VIVES


CUÉNTAME CÓMO VIVES

(CÓMO VAS MURIENDO)

 

Cuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.

 
Cuéntame cómo vives.
Ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).
 

Cuéntame cómo mueres.
Nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío ( o el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente al vacío.

 
Cuéntame cómo mueres,
como renuncias sabio,
cómo frívolo brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.

 
Gabriel Celaya

jueves, 26 de enero de 2017

UN DÍA ENTRE NOSOTROS


UN DÍA ENTRE NOSOTROS



Yo me siento. Tu te sientes. Nos sentimos,
estamos juntos. Somos
terriblemente dichosos,
como el cielo siempre azul, como el espanto,
como la luz que es la luz,
como es espacio.

Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento,
diría: “Porque soy”.
y al decirme sería un poco menos.
Si tratara de explicarme surgirían como sierpes
desenvueltas y en combate mis ambiguos sentimientos.
Pero soy solo. Sí. Soy. Te creo.

Estas aquí, en mi mismo.
Ni te veo, ni te pienso, ni te beso, ni te sueño.
Sólo estas. Estoy contigo. Yo, a tu lado. Tú conmigo.
Estamos uno en otro, tan reales
que con ser poco, ese poco es ya bastante.
Estamos en lo que somos, de puro simples, totales.

Estamos donde siempre, callados. No hay motivo
razonable para ser tan ferozmente dichosos.
Pero sacan el porrón de vino, las chuletas,
la ensalada, el Cacciotta ricamente podrido,
el jugo de naranja, los cafés, la ginebra.
Estamos juntos y todo nos sabe por eso a fiesta.

Soy feliz ¡tan feliz!
si ahora me levantara saldría por el techo.
Estoy, como se dice vulgarmente, contento.
Vivo, vivo, y contigo
comprendo que vivir es algo muy sencillo.
El corazón ha abierto su mano y yo deliro.

Me dejo estar. Te quiero. Todo es bello.
Irradio una certeza fulminante.
Soy el alguien tremendo que en ti se basta a sí mismo.
Soy mi absoluta presencia (¿qué pasa?)
Que está aquí (¡perdón, nada!).
Soy contigo y tú conmigo, el imán de los prodigios.

¿Quién creería si nos viera que cada día, obtusa,
la desgracia del mundo de fuera nos arrastra?
¡Amor besa mi muerte! ¡Dolor, sé voluptuoso!
¡Oh tú. Necesidad, pon la burla en mis ojos
y en pecho ese ritmo de la paz y la guerra
que son a una el latido fatal de la belleza!

¡Ahora, mi ahora mismo,
sé límpido y valiente, la alegría ganada
a los monstruos informes, y a lo triste sin alma!
¡Oh tú, mi yo más bello, mi más que yo, mi amada,
manténme con tus ojos suspenso, nunca grave,
y sea siempre magia la vida cotidiana!

Gabriel Celaya

jueves, 19 de enero de 2017

LA PRISIONERA


LA PRISIONERA

 

Perro
no toques esos senos donde las más delicadas violetas orgánicas serán un hervidero de escorpiones un ladrido baldío en la ribera caliente de esa sirvienta de las hojas que ha trabajado tanto
para esas flores enormes del martirio
para los arrozales
con el gatillo del pantano al rojo vivo del silencio y a terrible
prisionera
no cae no cede únicamente insulta
con su gemido de supliciada

Perro
no toques ese pelo mordido por la lluvia entre las lentas
pantallas del follaje
en la sombra de la injusticia
ella
la empecinada la desnuda
entre las hojas cómplices

No toques ese cuerpo conectado a las fibras de un pueblo de dientes fulgurantes conectado a la savia y a la luna que recoge esos muertos de una negra cosecha al grito del amor y del monzón al alarido del soldado consumido por un soplo de gelatina ardiente

Esa presa es tantálica
como el país sin sueño que defiende
ese país de plantaciones de ocio que se contagia de hoja en hoja

Esa presa es tantálica
 
Enrique Molina

 

martes, 17 de enero de 2017

LEJOS, DESDE MI COLINA


LEJOS, DESDE MI COLINA

 

A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas,
una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta,
un cuerpo transparente que cruzaba los muros con blandura
dejándome en los ojos un resplandor helado,
o el ruido de una piedra recorriendo la indecible tiniebla de
la medianoche;
a veces, sólo el viento.
Reconocía en ellos distantes mensajeros
de un país abismado con el mundo bajo las altas sombras de mi frente.
Yo los había amado, quizás, bajo otro cielo,
pero la soledad, las ruinas y el silencio eran siempre los mismos.
Más tarde, en la creciente noche,
miraba desde arriba la cabeza inclinada de una mujer vestida
de congoja
que marchaba a través de todas sus edades como por un jardín
antiguamente amado.
Al final del sendero, antes de comenzar la durmiente planicie,
un brillo memorable, apenas un color pálido y cruel, la despedía;
y más allá no conocía nada.
¿Quién eras tú, perdida entre el follaje como las anteriores primaveras,
como alguien que retorna desde el tiempo a repetir los llantos,
los deseos, los ademanes lentos con que antaño entreabría sus días?
Sólo tú, alma mía.
Asomada a mi vida lo mismo que a una música remota,
para siempre envolvente,
escuchabas, suspendida quién sabe de qué muro de tierno desamparo,
el rumor apagado de las hojas sobre la juventud adormecida,
y elegías lo triste, lo callado, lo que nace debajo del olvido.
¿En qué rincón de ti,
en qué desierto corredor resuenan los pasos clamorosos de una
alegre estación,
el murmullo del agua sobre alguna pradera que prolongaba el cielo,
el canto esperanzado con que el amanecer corría a nuestro encuentro
y también las palabras, sin duda tan ajenas al sitio señalado,
en las que agonizaba lo imposible?
Tú no respondes nada, porque toda respuesta de ti ha sido dada.
Acaso hayas vivido solamente
aquello que al arder no deja más que polvo de tristeza inmortal,
lo que saluda en ti, a través del recuerdo,
una eterna morada que al recibirnos se despide.
Tú no preguntas nada, nunca, porque no hay nadie ya que
te responda.
Pero allá, sobre las colinas,
tu hermana, la memoria, con una rama joven aún entre las manos,
relata una vez más la leyenda inconclusa de un brumoso país.

 
Olga Orozco

lunes, 16 de enero de 2017

DEDICATORIA FINAL


DEDICATORIA FINAL
 
Pero tú existes ahí. A mi lado. ¡Tan cerca!
Muerdes una manzana. Y la manzana existe.
Te enfadas. Te ríes. Estás existiendo.
Y abres tanto los ojos que matas en mí el miedo,
y me das la manzana mordida que muerdo.
¡Tan real es lo que vivo, tan falso lo que pienso
que -¡basta!- te beso!
¡Y al diablo los versos,
y Don Uno, San Equis, y el Ene más Cero!
Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor,
y aunque sea un disparate todo existe porque existes,
y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio,
ni lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo,
y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño.
 
Gabriel Celaya
 

jueves, 12 de enero de 2017

CANCIÓN DE SIESTA


CANCIÓN DE SIESTA

 

Aunque tus cejas malignas
te den un extraño aire,
nada angélico por cierto,
bruja de ojos insinuantes,

 
te adoro, oh frívola mía,
¿Oh mi terrible pasión!
como el sacerdote al ídolo
con íntima devoción.

 
Aroman tus trenzas rudas
la floresta y el desierto;
tu frente la actitud guarda
del enigma y del secreto.

 
Como en torno a un incensario,
tu carne el perfume ronda;
hechizas como la noche,
ninfa ardiente y tenebrosa.

 
¡Ah, no igualan tu pereza
ni los filtros  más violentos!
¡Tú conoces la caricia
que hace revivir a los muertos!

 
Tus caderas se enamoran
de tu seno y tus espaldas,
y con lánguidas posturas
los almohadones encantas.

 
A veces, para calmar
tu misteriosa locura,
con gravedad me prodigas
el beso y la mordedura.

 
Me hieres, morena mía,
con una risa de burla,
y en mi corazón después
posas un mirara de luna.

 
Bajo tu chapín de raso,
bajo de tu pie sedeño,
yo pongo toda mi dicha,
y mi destino, y mi genio.

 
¡Mi alma por ti curada,
por ti, color y luz mía,
explosión de calor,
en mi Siberia sombría!

 
Charles Baudelaire

miércoles, 11 de enero de 2017

ODA ENTRE ARENA Y PIEDRA



ODA ENTRE ARENA Y PIEDRA

 

Tu padre el mar te condenó a la tierra
dándote un asesino manotazo
que hizo llorar a los corales sangre.

 
Las afectuosas arenas de pana torturada,
siempre con sed y siempre silenciosas,
recibieron tu cuerpo con la herencia
de otro mar borrascoso dentro del corazón,
al mismo tiempo que una flor de conchas
deshojada de párpados y arrugada de siglos
que hasta el nácar se arruga con el tiempo.

 
Lo primero que hiciste fue llorar en la costa,
donde soplando el agua hasta volverla iris polvoriento
tu padre se quedó despedazando su colérico amor
entre desesperados pataleos.

 
Abrupto amor del mar, que abruptas penas
provocó con su acción huracanada.
¿Dónde ir con tu sangre de mar exasperado,
con tu acento de mar y tu revuelta lengua clamorosa
de mar cuya ternura no comprenden las piedras?
¿Dónde…? Y fuiste a la tierra.
 

Y las vacas sonaron su caracol abundante
pariendo con los cuernos clavados  en los estercoleros.
Las colinas, los pechos femeninos
y algunos corazones solitarios
se hicieron emisarios de las islas,
la sandía, tronando de alegría,
se abrió en múltiples cráteres
de abotonado  hielo ensangrentado.
Y los melones, mezcla
de arrope asible y nieve atemperada,
a dulces cabezadas se toparon.

 
Pero aquí, en este mundo que se resuelve en hoyos,
donde la sangre ha de contarse por parejas,
las pupilas por cuatro y el deseo por millares,
¿Qué puede hacer su sangre,
el castigo mayor que tu padre te impuso,
qué puede hacer tu corazón, engendro
de una ola y un sol tumultuosos?
Tiznarte y más tiznarte con las cejas
y las miradas negras de las demás criaturas,
llevarte de huracán en huracanes
mordiéndote los codos de cólera amorosa.

 
Labranzas, siembras, podas
y las otras fatigas de ola tierra;
serpientes que preparan una piel anual,
nardos, que dan las gracias oliendo a quien los cuida,
selvas con animales de rizado marfil
que anudan su deseo por varios días,
tan diferentemente de los chivos
cuyo amor es ejemplo de relámpagos,
toros de corazón dilatado,
que pueden refugiar un picador desperezándose,
piedras, Vicente, piedras, hasta rebeldes piedras
que sólo el sol de agosto logra hacer corazones,
hasta inhumanas piedras
te llevan al olvido de tu nación: la espuma.

 
Pero la cicatriz más dura y vieja
reverdece en herida al menor golpe.
La sal, la ardiente sal que presa en el salero
hace memoria de su vida de pájaro y columpio,
llegando a casi líquida y azul en los días más húmedos;
sólo la sal, la siempre constelada,
ten acuerda que naciste en un lecho de algas, marinero,
¡oh tu, el más rodeado de erizados rastrojos!
cuando toca tu lengua su astral polen.

 
Te recorre el Océano los huesos
relampagueando perdurablemente,
tu corazón se enjoya con peces y naufragios,
y con coral, retrato del esqueleto de tu corazón,
y el agua en plenilunio con alma de tronada
te sube por la sangre a la cabeza como un vino con alas
y desemboca, ya serena, por tus ojos.
 

Tu padre el mar te busca arrepentido
de haberte desterrad de su flotante corazón crispado,
el más hermoso imperio de la luna,
cada vez más amargo.
Un día ha de venir detrás de cualquier río
de esos que lo combaten insuficientemente,
arrebatando huevos a las águilas
y azúcar al panal que volverá salobre,
a desfilar desde tu boca atribulada
hasta tu pecho, ciudad de las estrellas.
Y al fin serás objeto de esa espuma
que tanto te lastima idolatrarla.

 

Miguel  Hernández

 

 

 

martes, 10 de enero de 2017

EL DIAMANTE


 

EL DIAMANTE

 

El diamante de una estrella
ha rayado el hondo cielo,
pájaro de luz que quiere
escapar del universo
y huye del enorme nido
donde estaba prisionero
sin saber que lleva atada
una cadena en el cuello.

 
Cazadores extrahumanos
están cazando luceros,
cisnes de plata maciza
en el agua del silencio.

 
Los chopos niños recitan
la cartilla. Es el maestro
un chopo antiguo que mueve
tranquilo sus brazos viejos.

 
Ahora en el monte lejano
jugarán todos los muertos
a la baraja. ¡Es tan triste
la vida en el cementerio!

 
¡Rana, empieza tu cantar!
¡Grillo, sal de tu agujero!
Haced un bosque sonoro
con vuestras flautas. Yo vuelo
hacia mi casa intranquilo.

 
Se agitan en m recuerdo
dos palomas campesinas
y en el  horizonte, lejos,
se hunde el arcaduz del día.
¡Terrible noria del tiempo!

 
Federico García Lorca

 

 

 

lunes, 9 de enero de 2017

A FEDERICO GARCÍA LORCA


A FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Sal tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;

 
Que yo saldré a esperarte, amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.

 
Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.

 
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.

 
Rafael Alberti.

 

sábado, 7 de enero de 2017


LA CANCIÓN DEL CAMINO

 
Era un camino negro.
La noche estaba loca de relámpagos. Yo iba
en mi potro salvaje
por la montañosa andina.
Los chasquidos alegres de los cascos
como masticaciones de monstruosas mandíbulas
destrozaban los vidrios invisibles
de las charcas dormidas.
Tres millones de insectos
formaban una como rabiosa inarmonía.

 
Súbito, allá, a los lejos,
por ente aquella mole doliente y pensativa
de la selva,
vi un puñado de luces, como un tropel de avispas.
 
¡La posada! El nervioso
látigo persignó la carne viva
de mi caballo, que rasgó los aires
con un largo relincho de alegría.

 
Y como si la selva
comprendiese todo, se quedó muda y fría.
 
Y hasta mí llegó, entonces,
una voz clara y fina
de mujer que cantaba. Cantaba.  Era su canto
una lenta… muy lenta… melodía:
algo como un suspiro que se alarga
y se alarga y se alarga… y no termina.

 
Entre el hondo silencio de la noche,
y a través del reposo de la montaña,
oíanse los acordes
de aquel canto sencillo de una música íntima,
como si fuesen voces que llegaran
desde la otra vida..

 
Sofrené el caballo;
y me puse a escuchar lo que decía:
--Todos llegan de noche,
todos se van de día…

 
Y, formándole dúo,
otra voz femenina
completó así la endecha
con ternura infinita:

 
-- El  amor es tan sólo una posada
en mitad del camino de la vida.
y las dos voces, luego,
a la vez repitieron con amargura rítmica:
 

-- Todos llegan de noche,
y todos se van de día…
entonces, yo bajé de mi caballo
y me acosté en la orilla
de una charca.

 
Y fijo en ese canto que venía
a través del misterio de la selva,
fui cerrando los ojos al sueño y la fatiga.

 
Y me dormí, arrullado; y, desde entonces,
cuando cruzo las selvas por rutas no sabidas,
jamás busco reposo en las posadas;
y duermo al aire libe mi sueño y mi fatiga,
porque recuerdo siempre
aquel canto sencillo de una música íntima:

 
-- Todos llegan de noche,
todos se van de día!
el amor es tan sólo una posada
en mitad del camino de la vida…

 
José Santos Chocano

 

 

viernes, 6 de enero de 2017

NOMBRE


NOMBRE

Mía eres. Pero otro
es aparentemente tu dueño. Por eso,
cuando digo tu nombre,
algo oculto se agita en mi alma.
Tu nombre suave, apenas pasado delicadamente por mi labio.
Pasa, se detiene, en el borde un instante se queda,
y luego vuela ligero, ¿quién lo creyera?: hecho puro
sonido.
Me duele tu nombre como tu misma dolorosa carne en mis labios.
No sé si él emerge de mi pecho. Allí estaba
dormido, celeste, acaso luminoso. Recorría mi sangre
su sabido dominio, pero llegaba un instante
en que pasaba por la secreta yema donde tú residías,
secreto nombre, nunca sabido, por nadie aprendido,
doradamente quieto, cubierto sólo, sin ruido, por mi leve sangre.
Ella luego te traía a mis labios. Mi sangre pasaba
con su luz todavía por mi boca. Y yo entonces estaba
hablando con alguien
y arribaba el momento en que tu nombre con mi sangre
pasaba por mi labio.
Un instante mi labio, por virtud de su sangre sabía
a ti, y se ponía dorado, luminoso: brillaba de tu sabor
sin que nadie lo viera.
Oh, cuán dulce era callar entonces, un momento. Tu nombre.
¿Decirlo? ¿Dejarlo que brillara, secreto, revelado a los otros?
Oh, callarlo, más secretamente que nunca, tenerlo en la
boca, sentirlo
continuo, dulce, lento, sensible sobre la lengua y luego,
cerrado los ojos,
dejarlo pasar al pecho
de nuevo, en su paz querida, en la visita callada
que se alberga, se aposenta y delicadamente se efunde.

Hoy tu nombre está aquí. No decirlo, no decirlo jamás,
como un beso
que nadie daría, como nadie daría los labios a otro amor
sino al suyo.

Vicente Aleixandre.
Poemas amorosos