HISTORIA
CON POETAS
En cruces de sangre,
los maragatos –raza maldita-,
como trashumantes marinos
llegaron en oleajes de odio extranjero
portando míticos pecados y fresco pescado
hasta las montañas leonesas
donde barro y piedra
se convirtió en lecho de cansadas espaldas
y crearon esfinges de sal
cuya insolente belleza
alertó a los pastores del lugar haciéndoles gritar:
¡¡Poetas en mis tierras!!
¡¡Malditos poetas!!
¡¡Al poeta, al poeta!!
El rebaño cegado por la sordera,
pintó un guion entre el realismo analfabético de la
dictadura
y el sur del continente
balando las ovejas “Sur-realismo”, “Sur-realismo”.
Pasaron lunas rojas de azafrán
que despertaron al lobo en el focarón de su extinción,
haciéndole portar
árboles y pájaros en su cabeza llena de esdrújulas visiones.
Pintor de grises, el abuelo poeta,
el cojo, comunista y ateo abuelo sastre,
conversaba loco su destino con rocío por la mañana
y orujo por la mañana, tarde y noche.
Cojo de metralla enemiga,
el abuelo maragato
creó, vida a la encina en su cojera
y asiento a las raíces,
que en sus manos de artesano,
tecla de los vientos
sobre su piel, tejió enjambres de hilo
para que en su tierra hubiera fiesta.
Descansaba los deseos en orujo,
nieto de la noche,
el suelo de tapizados otoños
y surcaba labriego de silencios,
blasfemias contra no se sabe qué demonios impidió,
que aquellos gramos de penicilina no llegaron a tiempo;
entierro de otro hijo
y camino del cementerio se cagaba en dioses
y era por ello ateo
y comunista rojo de mierda porque
los domingos no lustraba el cepillo de aquel sotanero
que prometía un cielo eterno
y cojo de labranza,
arrastraba semillas de sudor para nueve bocas hambrientas
que llevaron su apellido
en el decir de lápidas celestes equívocos orgullos de la
raza.
En invierno frío y en verano a envenenarse de calor
y mudar la piel en cada jirón de siega
y sujetar los párpados con blasfemias
y pana de pana en las rodillas
y años como siglos
sujetando cosechas de libros ocultos a
los sables.
Disfrazado maqui,
hoy tu nieto de la noche,
voz de la última boca,
quiere dedicarte esta historia:
Nueve bocas devoraban cada silencio de tus escondidos
versos,
pero no rezabas;
dormías descansada cojera en tu gallata de negrillo,
y desviada boina de deseos entre tantos ciegos
eras tú, el único maldito maragato que sabía leer
y tejías trajes a las rapazas y rapaces de la noche,
con manos de artesano, tecla de los vientos,
sobre tu piel cosiste enjambres de hilo
para que las campanas danzaran y en tu tierra hubiera
fiesta.
Carlos Fernández del Ganso
Del libro: “Contando piedras”
Cuadro: "Viento de banderas" de Carlos Fernández del Ganso