Traemos el poema: EL VAIVÉN DE LAS HORAS.
Hoy
como siempre,
en
el refugio del balancín…
el
tiempo,
el
vaivén de las horas,
el
peso en la cumbre del poema.
Hoy
el pensamiento
vierte
con frescura
la
delicada biografía del ermitaño
que
alberga en su guarida,
el
secreto que pone fin al verso.
Hoy
el crepúsculo
desentierra
el abrupto pasado en la página de un libro
y
reposa
como
el trazo de la infancia que nunca regresa.
En
ese instante la música se decanta por el mar,
por
la lluvia, por las gotas derramadas,
por
la sangre…
y
la faz de la tierra se estremece
sintiendo
un vacío que silencia el veraz desconcierto.
El
arqueo del reloj cuenta las llanas y esdrújulas
danzando
en la gala donde se muestra lo eterno.
Tímido,
se aproxima a las teclas del piano
que
con dientes de acero y mirra increpa
a
la cortesana cautiva.
Hoy
luce el sol en su sombra,
los
árboles se yerguen y se disfrazan contra el tiempo,
hoy
la tierra se humedece en la revuelta de lo afable…
con
mesura se declina por la caricatura que los pájaros muestran
en
su danza diversa.
Y
la estrofa se enturbia, y cambia de forma,
se
engrana en el lienzo,
se
vuelve sumisa,
se
traza en el escarpado espino
y
los límites se vuelven austeros…
y
de nuevo, el vaivén de las horas
da
paso a sucesivos encuentros.
Y
en el instante el deseo,
la
melodía, el lienzo, el movimiento, el escrito, tu cuerpo…
las
notas de la guitarra que desvelan al tiempo
y
muestran que la muerte no es otra cosa
que
la voz que proyecta la historia
desde
el Dios eterno del desierto.
Esther
Núñez Roma