PILAR ROJAS MARTÍNEZ
como
un lienzo impoluto manchado
por
la furia de una mano decidida,
invaden
mi mirada convirtiendo,
en
tarde de primavera, los gélidos días de invierno.
Austero,
el fuego crepitante en la chimenea
marca
el ritmo de los latidos
y
la respiración acomete una apnea instantánea,
donde
todo se detiene.
Me
desvanezco en un sopor solemne y sudoroso,
el
tiempo necesario para arropar mi cuerpo,
recomponer
la cadencia del corazón
y
salir a la ciudad, dejándome invadir
por
el ritmo del tiempo de ellos, compañeros de viaje.
Algunas
palabras dirigen la tarde que nos empuja
a
los quehaceres cotidianos donde construimos
puentes,
carreteras, aceras lianas para caminar los años futuros.
De
vuelta a casa nos damos cuenta que abandonamos nuestra sombra
en
cualquier pradera donde galopan caballos salvajes
porque
habíamos decidido romper cualquier espejo,
cualquier
reflejo de nosotros mismos y ampliar la mirada.
Pilar
Rojas Martínez
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