domingo, 30 de octubre de 2016

VECINO DE LA MUERTE


VECINO DE LA MUERTE

Patio de vecindad que nadie alquila
igual que un pueblo de panales secos;
pintadas de recuerdos y leche las paredes
a mi ventana emiten silencios y anteojos.


Aquí entro: aquí anduvo la muerte mi vecina
sesteando a la sombra de los sepultureros,
lamida por la lengua de un perro guarda-lápidas;
aquí, muy preservados del relente y las penas,
porfiaron los muertos con los muertos
rivalizando en huesos como en mármoles.


Oigo una voz de rostro desmayado,
unos cuervos que informan mi corazón de luto
haciéndome tragar húmedas ranas,
echándome a la cara los tornasoles trémulos
que devuelve en su espejo la inquietud.
¿Qué queda en este campo secuestrado,
en estas minas de carbón y plomo,
de tantos enterrados por riguroso orden?


No hay nada sino un monte de riqueza explotado.
Los enterrados con bastón y mitra,
los altos personajes de la muerte,
las niñas que expiraron de sed por la entrepierna
donde jamás tuvieron un arado y dos bueyes,
los duros picadores pródigos de sus músculos
muertos con las heridas rodeadas de cuernos:
todos los destetados del aire y el amor
de un polvo huésped ahora se amamantan.


¿Y para quién están los tercos epitafios,
las alabanzas más sañudas,
formuladas a fuerza de cincel y mentiras,
atacando el silencio natural de las piedras,
todas con menoscabos y agujeros
de ser ramoneadas con hambre y con constancia
por una amante oveja de dos labios?


¿Y este espolón constituido en gallo
irá a una sombra malgastada en mármol y ladrillo?
¿No cumplirá mi sangre su misión: ser estiércol?
¿Oiré cómo murmuran de mis huesos,
me mirarán con esa mirada de tinaja vacía
que da la muerte a todo el que la trata?
¿Me asaltarán espectros en forma de coronas,
funerarios nacidos del pecado
de un cirio y una caja boquiabierta?


Yo no quiero agregar pechuga al polvo:
me niego a su destino: ser echado a un rincón.
Prefiero que me coman los lobos y los perros,
que mis huesos actúen como estacas
para atar cerdos o picar espartos.


El polvo es paz que llega con su bandera blanca
sobre los ataúdes y las cosas caídas,
pero bajo los pliegues un colmillo
de rabioso marfil contaminado
nos sigue a todas partes, nos vigila,
y apenas nos paramos nos inciensa de siglos,
nos reduce a cornisas y a santos arrumbados.


Y es que el polvo no es tierra.

La tierra es un amor dispuesto a ser un hoyo,
dispuesto a ser un árbol, un volcán y una fuente.


Mi cuerpo pide el hoyo que promete la tierra,
el hoyo desde el cual daré mis privilegios de león y nitrato
a todas las raíces que me tiendan sus trenzas.


Guárdate de que el polvo coloque dulcemente
su secular paloma en tu cabeza,
de que incube sus huevos en tus labios,
de que anide cayéndose en tus ojos,
de que habite tranquilo en tu vestido,
de aceptar sus herencias de notarías y templos.


Úsate en contra suya,
defiéndete de su callado ataque,
asústalo con besos y caricias,
ahuyéntalo con saltos y canciones,
mátalo rociándolo de vino, amor y sangre.


En esta gran bodega donde fermenta el polvo,
donde es inútil injerir sonrisas,
pido ser cuando quieto lo que no soy movido:
un vegetal sin ojos ni problemas,
cuajar, cuajar en algo más que en polvo,
como el sueño en estatua derribada;
que mis zapatos últimos demuestren ser cortezas,
que se produzcan cuarzos de mi encantada boca,
que se apoyen en mí sembrados y viñedos,
que me dediquen mosto las cepas por su origen.


Aquel barbecho lleno de inagotables besos,
aquella cuesta de uvas quiero tener encima
cuando descanse al fin de esta faena
de dar conversaciones, abrazos y pesares,
de cultivar cabellos, arrugas y esperanzas
y de sentir un yunque sobre cada deseo.


No quiero que me entierren donde me han de enterrar.

Haré un hoyo en el campo y esperaré a que venga
la muerte en dirección a mi garganta
con un cuerno, un tintero, un monaguillo
y un collar de cencerros castrados en la lengua,
para echarme puñados de mi especie.


Miguel Hernández

jueves, 27 de octubre de 2016

NO BUSQUES, NO


NO BUSQUES, NO


Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.

De nada serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.

Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia este mundo que rueda,
la sequedad oscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.

Tú, pobre hombre que duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza;
tú, que viajas postrero
con la corteza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche es de plomo.

No, no busques esa gota pequeñita,
ese mundo reducido o sangre mínima,
esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la mejilla descansa.


 
Vicente Aleixandre
De "La destrucción o el amor" 1932 - 1933

miércoles, 26 de octubre de 2016

MONSTRUOS


MONSTRUOS


Todos los días rezo esta oración
al levantarme:

Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan,
igual, igual, que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas que me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de monstruos!

No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.

No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente;
no, ninguno tan monstruoso
como esa alimaña que brama hacia ti,
como esa desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.»

Dámaso Alonso


martes, 25 de octubre de 2016

ENTRE PERRO Y LOBO


ENTRE PERRO Y LOBO

Me clausuran en mí.      
Me dividen en dos.
Me engendran cada día en la paciencia
y en un negro organismo que ruge como el mar.      
Me recortan después con las tijeras de la pesadilla
y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:      
una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la furia a solas,      
y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes manadas.
No consigo saber quién es el amo aquí.      
Cambio bajo mi piel de perro a lobo.
Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas      
las planicies del porvenir y del pasado;
yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueños muertos entre celestes pastizales.
Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera que vaya,      
o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la
invasión del enemigo.      
Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al corazón,
y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo.      
Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara,
y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los hombres      
un aterciopelado veneno de piedad que raspa en las entrañas.
He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicería:      
he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,
y he otorgado también jirones de mansedumbre por trofeo.      
Pero ¿quién vence en mí?
¿Quién defiende de mi bastión solitario en el desierto, la sábana del sueño?      
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?

Olga Orozco

domingo, 23 de octubre de 2016

SERENATA


SERENATA

 

Verdad que la mujer tiene siempre deseos
¡Oh rito infranqueable la mujer tiene brazos!
Con frecuencia la miro  deseando comprenderla
cuando zumba el ataúd diurno del amor.

 
La corriente de sed se aplaca en sus dos pechos.
La mujer con su costra de silencio se embarca
en una triste y lenta marejada de olvido
la noche es otra tumba que en su ser se coloca.

 
Con frecuencia la miro con frecuencia la toco
y sus ropas de llanto me despiertan la muerte
y sus ropas de tela y sus telas de almíbar
me despiertan la vida me despiertan y duermen.

 
¡Oh cortina furiosa constante y enemiga!
No puedes ya volar sin un temblor debajo
quiero apretar tus dedos melosos y algo turbios
quiero besar sus besos y quiero estar tus noches.

 
Nos separa una vida de color del desierto
nos espera una historia de sollozos y gozos
ya me ves ya me oyes nos estamos amando
nunca están separados los lejanos lejanos.

 
Los lejanos se encuentran y tus grandes suspiros
lloverán como ampos azules sobre el polvo
odio los besos dados odio el ancla en los cuerpos
porque espero la boca repitiendo tus labios.

 
Pero te veo plena de lujos misteriosos
te cubre a ti una negra y transparente nube
no miras a esta clase de seres mas que lejos
mientras sola debates tu pálida locura.

 
Verdad que la mujer tienen siempre deseos
mentira que me quieres oh reina de la dicha
oh reina de la dicha oh misérrima madre
oh misérrima dicha oh desolado imperio.

 
Carlos Edmundo de Ory

viernes, 21 de octubre de 2016

HAGAMOS UN TRATO

HAGAMOS UN TRATO


Compañera 
usted sabe 
puede contar 
conmigo 
no hasta dos 
o hasta diez 
sino contar 
conmigo 

si alguna vez 
advierte 
que la miro a los ojos 
y una veta de amor 
reconoce en los míos 
no alerte sus fusiles 
ni piense qué delirio 
a pesar de la veta 
o tal vez porque existe 
usted puede contar 
conmigo 

si otras veces 
me encuentra 
huraño sin motivo 
no piense qué flojera 
igual puede contar 
conmigo 

pero hagamos un trato 
yo quisiera contar 
con usted 

es tan lindo 
saber que usted existe 
uno se siente vivo 
y cuando digo esto 
quiero decir contar 
aunque sea hasta dos 
aunque sea hasta cinco 
no ya para que acuda 
presurosa en mi auxilio 
sino para saber 
a ciencia cierta 
que usted sabe que puede 
contar conmigo.
Mario Benedetti

miércoles, 19 de octubre de 2016

CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO


 
CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

 

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.


 

Miguel Hernández


domingo, 16 de octubre de 2016

EL PARO


EL PARO

 

De repente sentimos que este mundo
con tanto esfuerzo nuestro levantado
es un montón de arena solamente
y que se nos deshace entre las manos.

 
Que no sirvió de nada aquel empeño
de construir tenazmente a diario
los cimientos, los muros, la techumbre
con material de amor y de cansancio,

 
poniendo entre las piedras la esperanza
y el corazón poniéndolo muy alto
y venciendo al abrir cada mañana
la puerta de la calle el miedo, el pánico

 
de comprender que cuanto atrás se queda
descansa solamente en nuestros brazos,
venciendo cada noche a los fantasmas
de la desilusión y el desencanto.

 
Todo lo conseguido no posee
la resistencia de una rama de árbol.
Esta casa de arena puede un día
de repente venírsenos abajo.

 
Son nuestros mundos sólo montoncitos
a merced de que sople un viento airado
y alise cruelmente los relieves
que en ilusión y tiempo moldeamos.

 
En el vacío van nuestras pisadas
ciegas. Imaginad, imaginaos
que escribimos en páginas de aire,
que el agua en una cesta atesoramos.

 
Pasamos nuestros dedos sobre estas
realidades queridas. Es el tacto
de la arena insegura lo que llega
a nuestro corazón. Ahora besamos

 
el cuerpo que comparte con nosotros
mar de amargura y gota de entusiasmo
y es un sabor de arena lo que el beso
pone en la superficie de los labios.

 
Somos de arena antes que por la muerte
antes que por huir en tiempo y llanto,
por esta vacilante arquitectura
de amor y dolor en que habitamos.

 
Leopoldo de Luis
"Juego limpio"

sábado, 15 de octubre de 2016

A DON FRANCISCO DE QUEVEDO, EN PIEDRA


A DON FRANCISCO DE QUEVEDO, EN PIEDRA

 

Cavan en mi vivir mi monumento

Francisco de Quevedo

 
Yo no sé quien te puso aquí,  tan cerca
--alto entre los tranvías y los pájaros—
Francisco de Quevedo, de mi casa.

 
Tampoco sé que mano
organizó en la piedra tu figura
o sufragó los gastos
los discursos, la lápida,
la ceremonia, en fin, de tu alzamiento.

 
Porque arriba te han puesto y allí estás
y allí, sin duda alguna, permaneces,
imperturbable y quieto,
igual a cada día,
como tú nunca fuiste.

 
Bajo cada mañana
al café de la esquina
resonante de vida,
y sorbo cuanto puedo
el  día que comienza.

 
Desde allí te contemplo en pie y en piedra,
convidado de tal piedra que nunca
bajarás cojeando
de tu propia cojera
a sentarte en la mesa que te ofrezco.

 
Arriba te dejaron
como una teoría de ti mismo,
a ti, incansable autor de teorías
que nunca te sirvieron
más que para marchar como un cangrejo
en contra de tu propio pensamiento.

 
Yo me pregunto qué haces
allá arriba, Francisco
de Quevedo, maestro,
amigo, padre
con quien es grato hablar,
difícil entenderse,
fácil sentir lo mismo:
cómo en el aire rompen
un sí o un no sus poderosas armas,
y nosotros estamos
para siempre esperando
la victoria que debe
decidir nuestra suerte.

 
Yo me pregunto si en la noche lenta,
cuando el alma desciende a ras de suelo,
caemos en la especie y reina
el sueño, te descuelgas
de tanta altura, dejas
tu máscara de piedra,
corres por la ciudad,
tientas las puertas
con que el hombre defiende como puede
su secreta miseria
y vas diciendo a voces:
--Fue el soy un será, pero en el polvo
un ápice hay de amor que nunca muere.

 
¿O acaso de has de callar
en tu piedra solemne,
enmudecer también,
caer de tus palabras,
porque el gran dedo un día
te avisará silencio?

 
Dime qué ves desde tu altura.
Pero tal vez lo mismo. Muros, campos,
solar de insolaciones. Patria. Falta
su patria a Osuna, a ti y a mí y a quien
la necesita.

                      Estamos
todos igual y en idéntico amor
podría comprenderte.

 

                     Hablamos
Mucho de ti aquí abajo, y día a día
te miro como ahora, te saludo
en tu torre de piedra,
tan cerca de mi casa,
Francisco de Quevedo, que si grito
me oirás en seguida.

 
Ven entonces si puedes,
si estás vivo y me oyes
Acude a tiempo, corre
con tu agrio amor y tu esperanza –cojo,
más no del lado de la vida—si eres
el mismo de otras veces.

 
José Ángel Valente
“Poemas a Lázaro”

 

martes, 11 de octubre de 2016

NO TE RINDAS


NO TE RINDAS

 

No te rindas, aun estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

 
No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

 
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo tambien el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.

 
Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.

 
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.

 
No te rindas por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada dia es un comienzo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estas sola,
porque yo te quiero.

 
Mario Benedetti

jueves, 6 de octubre de 2016

ROMACE DE LOS PELEGRINITOS


 
ROMANCE DE LOS PELEGRINITOS

 

Hacia Roma caminan
dos pelegrinos,
a que los case el Papa,
mamita,
porque son primos,
niña bonita,
porque son primos,
niña.

Sombrerito de hule
lleva el mozuelo,
y la peregrinita,
mamita,
de terciopelo,
niña bonita,
de terciopelo,
niña.

Al pasar por el puente
de la Victoria,
tropezó la madrina,
mamita,
cayó la novia,
niña bonita,
cayó la novia,
niña.

Han llegado a Palacio,
suben arriba,
y en la sala del Papa
mamita,
los desaniman,
niña bonita,
los desaniman,
niña.

Les ha preguntado el Papa
cómo se llaman.
El le dice que Pedro
mamita,
y ella que Ana,
niña bonita,
y ella que Ana,
niña.

Le ha preguntado el Papa
que qué edad tienen.
Ella dice que quince,
mamita,
y él diecisiete,
niña bonita,
y él diecisiete,
niña.

Le ha preguntado el Papa
de dónde eran.
Ella dice de Cabra,
mamita,
y él de Antequera,
niña bonita,
y él de Antequera,
niña.

Le ha preguntado el Papa
que si han pecado.
El le dice que un beso,
mamita,
que le había dado,
niña bonita,
que le había dado,
niña.

Y la peregrinita,
que es vergonzosa,
se le ha puesto la cara,
mamita,
como una rosa,
niña bonita,
como una rosa,
niña.

Y ha respondido el Papa
desde su cuarto:
¡Quién fuera pelegrino,
mamita,
para otro tanto,
niña bonita,
para otro tanto,
niña!

Las campanas de Roma
ya repicaron
porque los pelegrinos,
mamita,
ya se casaron,
niña bonita,
ya se casaron,
niña.



Federico García Lorca

martes, 4 de octubre de 2016

ESPAÑA EN MARCHA


 
ESPAÑA EN MARCHA

 
Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.

Ni vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.

Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.

Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.

De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.

¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.

No reniego de mi origen
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.

Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.

Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.

Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.

No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.

España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.


 Gabriel Celaya