domingo, 30 de julio de 2023

VEO A LOS MUCHACHOS DEL VERANO

 


VEO A LOS MUCHACHOS DEL VERANO

 

I

Veo a los muchachos del verano en su ruina

convertir en eriales los dorados rastrojos,

desdeñar las cosechas y congelar los suelos;

y allí, en su ardor, el invernal diluvio

de amores escarchados, persiguen a las niñas,

y echan en sus mareas los sacos de manzanas.

 

Los muchachos de luz en su locura, coagulan lo que tocan,

agrian la miel hirviente;

hurguetean los muñecos de escarcha en las colmenas;

allí en el sol, frígidas hebras

de oscuridad y duda, ellos nutren sus nervios

y el signo de la luna, nada es en sus vacíos.

 

Veo a los muchachos del verano en el vientre materno

rasgar hacia la luz la atmósfera del útero,

dividir noche y día con pulgares de duende;

allí, desde lo hondo, con sombras seccionadas

de sol y luna ellos pintan sus dársenas

mientras les pinta el sol los cascos de la frente.

 

Sé que de esos muchachos han de surgir hombres de nada

hechos por la transformación de las semillas,

o han de lisiar el aire saltando de sus llamas,

desde sus corazones, cuando el pulso candente

del amor y la luz estalle en sus gargantas.

Oh, ved el pulso del verano en el hielo.

 

 

II

Pero las estaciones deben ser desafiadas o se tambalearán

en algún cuarto de hora repicante

donde, como una puntual muerte hacemos tintinear las

estrellas;

esa noche en que el invierno soñoliento

les tira de la negra lengua a las campanas

y no se atreven a chistar siquiera

los vientos de la luna y de la medianoche.

 

Somos los oscuros negadores, exorcicemos a la muerte

en la mujer colmada de verano,

arrojemos la vida musculosa de los amantes que se crispan,

y de los muertos limpios que hace fluir el mar

echemos al gusano de ojos brillantes en la linterna de Davy,

y del vientre preñado quitemos el muñeco de paja.

 

Nosotros, muchachos del verano en esta red de cuatro vientos,

verdes por el hierro de las algas,

levantemos al bullicioso mar y arrojemos sus pájaros,

alcemos la bola del mundo llena de olas y espuma

para ahogar los desiertos con sus mareas

y trenzar los jardines del condado.

 

En primavera ornamentamos nuestra frente.

Vivan las bayas y la sangre,

y crucificamos a los alegres señores en los árboles;

Aquí el húmero músculo del amor se aja y muere,

aquí estalla un beso en una cantera sin amor.

Oh ved en los muchachos los polos de la promesa.

 

 

III

Yo os veo, muchachos del verano, en vuestra ruina.

El hombre en el desierto de su larva.

Y los muchachos son plenos y ajenos en la bolsa.

Soy el hombre que vuestro padre fue.

Somos hijos del pedernal y de la brea.

Oh, ved cómo se besan los polos que se cruzan.

 

Quise acrecentar la estatura de mi carne

hasta dejarla sin apariencia de hombre, en actitud de roca

erguida contra lo que amenace destrucción.

Una de esas montañas oscuras

que únicamente aclaran al crepúsculo,

y retenerte allí por un momento, ¡oh, sed de mis tinieblas!,

consumando nuestra unión en las alturas más solas,

en ese instante de contricción y aniquilamientos dinásticos

en que desparece el último sol sobre las cumbres.

 

Quise entregarte mis vacíos

por donde a veces cruzan islas como veloces barcas

que a bordo llevan tripulación de nubes,

rojas espumas de calientes mostos

y ecuatorial repercutir de cánticos.

Yo soy el capitán de esas naves corsarias,

atormentadamente fugitivas.

¡Qué puede mi entusiasmo y qué mi espíritu

contra este mar de horror en que navego!

En las orillas crecen grupos de cocoteros y de plátanos

que dan al aire su explosión de vida.

Pero yo soy el capitán sombrío

que estandartes de cólera acaudilla.

Perdí mi amor más alto al desterrarte

lejos de mí a nocturnos archipiélagos,

y allá voy entre gritos de soberbia,

como barco sin brújula a estrellarme

contra los arrecifes de la muerte.

 

Tú pudieras alzarme a tu espejismo

donde abundan esteros y coronas.

Restituirme al centro de mis imaginaciones puras

y disminuir este clamor que me hace trepidar

como al zócalo de una metrópoli martirizadas,

donde murieron vírgenes y atletas campeones.

 

A pesar de ti otro hermético mundo me llama.

A él subo a contemplar como un conquistador olvidado,

banderas derrotadas y llanuras ya sin ejércitos,

desde un monte casi humano que recibe

y transforma en insignia de su angustia,

la soledad del último sol sobre las cumbres.

 

A pesar de ti otro hermético mundo me nombra.

Yo lo escucho movilizarse en torno

de mi silencio andino,

con mi sagacidad de bestia acostumbrada

a oir la evolución de hundidas formas

y el ruido de las larvas apoderándose de os muertos.

Ese ha sido mi estrago: separarme

de lo más puro y explorar abismos,

para volver del fondo de mi infierno

con aridez de corrosivas marcas.

Acércate a mis líquidos derrumbes

y probarás la sal de las marismas.

Óyeme hablar y sentirás el vértigo

de las constelaciones que interrogo.

Mírame al centro de los ojos verdes

y encontrarás el odio del pantano.

No soy del orbe tuyo en que sazonan

continentes de trigos y naranjas.

Soy de la oscuridad, de lo más hondo

del frenético piso americano,

y si aclara en mí espíritu es con todos

los desórdenes y los desequilibrios

de un cielo huracanado cuando baja

el últimos sol sobre las cumbres.

 

Dylan Thomas

Gran Bretaña 1914

Cuadro: "Observando la experiencia" de Miguel Oscar Menassa

SI ME HICIERA COSQUILLAS EL ROCE DEL AMOR


 

SI ME HICIERA COSQUILLAS EL ROCE DEL AMOR

 

 

Si me hiciera cosquillas el roce del amor

si una niña tramposa me robara a su lado

y horadase sus pajas rompiendo mi vendado corazón,

si ese rojo escozor pudiera dar a luz

la risa en mis pulmones como pare el ganado,

no temería yo a la manzana ni al diluvio

ni a la sangre maligna de la primavera.

 

¿Qué será, mach o hembra? Se preguntan las células

y como un fuego arrojan desde la carne la ciruela.

Si me hiciera cosquillas la cabellera incubadora,

el hueso alado que crece en los talones,

la comezón del hombre sobre el muslo del niño,

no temería al hacha ni a las horcas

ni a las vacas cruzadas de la guerra.

 

¿Qué será, macho o hembra? Se preguntan los dedos

que llenan las paredes de niñas inmaduras

con sus hombres dibujados a tiza.

Si me hiciera cosquillas la avidez del granuja

que insufla su calor al nervio en carne viva

no temería al diablo sobre el lomo

ni a la tumba veraz.

 

Si me hiciera cosquilla el roce de los amantes

que no borra ni las patas de gallo ni la risa sin dientes

sobre magras quijadas en la vejez enferma,

el tiempo y las ladillas y el burdel de amoríos

me dejaría frío como manteca para moscas,

las espumas del mar bien podrían ahogarme

cuando rompen y mueren al pie de los amantes.

 

La mitad de este mundo es del demonio, la otra mitad es mía,

bobo por esa droga fumada en una niña

y enredado en el brote que bifurca su ojo.

La tibia del anciano y mi hueso tienen la misma médula

y todos los arenques huelen dentro del mar,

yo me siento y contemplo bajo mi uña al gusano

que corroe lo vivo.

 

Y éste es el roce, único roce que hormiguea.

El mono contrahecho que se hamaca a lo largo de su sexo

desde las húmedas tinieblas del amor y el tirón de la nodriza

no puede hacer surgir la medianoche de una risa entredientes,

ni del momento en que encuentra una belleza entre los pechos

de la amante, la madre, los amantes o toda su estatura

en la punzante oscuridad.

 

¿Y qué es el roce? ¿La pluma de la muerte sobre el nervio?

¿Es tu boca, amor mío? ¿El abrojo en el beso?

¿Mi payaso de Cristo nacido sobre el árbol entre espinas?

Las palabras de la muerte son más secas aún que tu mismo

cadáver

y mis heridas llenas de palabras tienen las huellas de tu pelo.

Me haría cosquillas el roce del amor, pues bien:

hombre, sé mi metáfora.

 

Dylan Thomas

Gran Bretaña, 1914
Cuadro: "Placeres secretos" de Miguel Óscar Menassa

martes, 25 de julio de 2023

NOCTURNO MENOR

 


NOCTURNO MENOR

 

 

He olvidado. Es verdad. He olvidado con extraño olvido.

Hay hombres que olvidan como lo hacen todos los seres,

y apenas si vuelven los rostros para ver lo que amaron o aman.

En ellos está escrita la palabra nunca,

o siempre,

y ¡adiós! Les gritan desde acantilados tempestuosos.

Atrás sufren habitaciones con efigies que luego se borran.

En las paredes ocultos rastros y en las páginas de los libros

flores que viven existencia de disecada sangre, 

con olor a disueltos jardines y a cutáneos aromas.

Yo nada tengo que olvidar. En mi casa no hay ausentes

que habiten

el cuerpo de las horas.

No hay señales de seres amados y las páginas

de mis libros antiguos carecen de fechas como algunos sepulcros.

Detrás de mí no quedan bosques más hermosos cuando el otoño

con las últimas lluvias del verano los lava.

Cuando yo muera no habrá recuerdos míos custodiándome

ni devolverán las aguas tanta cosa mía hundida.

Aún así olvido. Lo siento mientras escribo este nocturno

como un ciego que pinta con carbón su nombre en las murallas.

Olvido. Es verdad. Olvido extrañamente

y cuando salgo en busca de cuerpos y de formas

para recordarlos,

revivirles

y amarles,

camino entre la sombra y las piedras se vuelven

como algodón negro que se hunde debajo de mis palabras.

 

Germán Pardo García

Cuadro: "Para seguir viajando" de Miguel Oscar Menassa

lunes, 24 de julio de 2023

DESTRUCCIÓN BAJO EL MAR

 


DESTRUCCIÓN BAJO EL MAR

 

 

Suelo descender a profundidades oceánicas

que en partes todavía sin explorar de mi espíritu existen.

Allí mi atormentado mundo no acaba de formarse

o se desintegró hace mucho y sus ruinas en mi alma se mueven.

 

Son esas partes mudas, desconocidas, de anfibios horizontes

que no se han visto nunca y sin embargo se recuerdan.

Seguido por moluscos y esponjas ambulantes,

quelonios y estrellas de mar, hacia abajo navego.

Glaucos ojos esféricos de asteroide o de atún me contemplan

invadir como huésped intruso.

Más abajo mi alma choca contra arrecifes de oro

que tienen perlas incrustadas y corales crecientes.

 

Mi deseo vital les extiende las manos

y ese núcleo de estrellas encantadas y de oro se rompe.

Arriba en la superficie círculo fugaz de espumas delata

que algo que no fue mío pereció para siempre.

Más abajo encuentro escombros de volúmenes como cúpulas

de una ciudad castigada por el mar. Tal vez la pretérita

ciudad mía,

aquella de las casas purísimas y los altares elevados

al universo: la desaparecida ciudad mía que hoy suplica

desde lo más patético de su estrago sin lágrimas,

aprisionada por fúnebre peso de sal y de exterminio.

Desciendo más y más y descubro en declives

de colores lacustres, más augurio de estrago.

Allí se disolvió un arco iris que ahora tiñe de sangre,

y de azul

y de verde

y de lila,

la concentrada palpitación de aquel submar.

Grupos de figuras vencidas me recuerdan

tantos seres amados. Allí están con las sienes

inundadas, las manos densamente inundadas,

mientras vegetaciones marítimas absorben

la claridad que les subía por las venas hasta el árbol del sueño.

Y bajo más y más hasta los paraísos

amorfos y frustrados de mi ser, y hasta las catacumbas

en donde el grito del sepulcro

no logra evasión.

Y desciendo y desciendo vertical y vertiginoso

hasta lo más profundo mío, allá donde mi esencia

principia a confundirse con el origen de las cosas

increadas o inconclusas.

Declino hasta lo más eterno y profundo mío, allá donde mi cuerpo

ya no me pertenece ni mi alma; al fondo del gran mar

disolvente y licuante

en donde me sumerjo desde hace siglos, desde ayer, desde hoy mismo,

para volver desde hace siglos cada instante a la tierra,

al centro de las formas que me ven regresar de la nada,

deshecha en mil jirones mi escafandra de viento

y con la frente empapada por sudor que todo lo corroe,

semejante al agua con yodo del mar, o a esa otra furia

de ese otro mar que nombro y que golpea como el corazón

de un hombre

contra los acantilados del Tiempo.

 

Germán Pardo García

Cuadro: "Encima de la balsa" de Miguel Oscar Menassa

viernes, 21 de julio de 2023

DESTINO DE LA CARNE

 


DESTINO DE LA CARNE

 

 

No, no es eso. No miro

del otro lado del horizonte un cielo.

No contemplo unos ojos tranquilos, poderosos,

que aquietan a las aguas feroces que aquí braman.

No miro esa cascada de luces que descienden

de una boca hasta un pecho, hasta unas manos blandas,

finitas, que a este mundo contienen, atesoran.

 

Por todas partes v eo cuerpos desnudos, fieles

al cansancio del mundo. Carne fugaz que acaso

nació para ser chispa de luz, para abrasarse

de amor y ser la nada sin memoria, la hermosa redondez de la luz.

Y que aquí está, aquí está, marchitamente eterna,

sucesiva, constante, siempre, siempre cansada.

 

Es inútil que un viento remoto, con forma vegetal, o una lengua,

lama despacio y largo su volumen, lo afile,

lo pula, lo acaricie, lo exalte.

Cuerpos humanos, rocas cansadas, grises bultos

que a la orilla del mar conciencia siempre

tenéis de que la vida no acaba, no, heredándose.

Cuerpos que mañana repetidos, infinitos, rodáis

como una espuma lenta, desengañada, siempre.

¡Siempre carne del hombre, sin luz! 

Siempre rodados desde allá, 

de un océano sin origen que envía ondas, 

ondas, espumas, cuerpos cansados, 

bordes de un mar que no se acaba 

y que siempre jadea en sus orillas.

 

Todos, multiplicados, repetidos, sucesivos, amontonáis la carne,

la vida, sin esperanza, monótonamente iguales bajo los

cielos hoscos que impasibles se heredan.

Sobre ese mar de cuerpos que aquí vierten sin tregua, 

que aquí rompen redondamente y quedan mortales en las playas,

no se ve, no, ese rápido esquife, ágil velero

que con quilla de acero, rasgue, sesgue,

abra sangre de luz y raudo escape

hacia el hondo horizonte, hacia el origen

último de la vida, al confín del océanos eterno

que humanos desparrama

sus grises cuerpos. Hacia la luz, 

hacia esa escala ascendiente de brillos que

de un pecho benigno hacia una boca sube,

hacia unos ojos grandes, totales que contemplan,

hacia unas manos mudas, finitas, que aprisionan,

donde cansados siempre, vitales, aún nacemos.

 

Vicente Aleixandre

jueves, 20 de julio de 2023

PALABRAS A MI PADRE Y A SU DIGNA HERRAMIENTA

 


PALABRAS A MI PADRE Y A SU DIGNA HERRAMIENTA

 

 

Padre: aquí me tienes, triste,

pensando todavía

en lo raro que fuiste.

 

Por haberte servido

sin hablar,

atado a tu silbido

hasta que fui a estudiar,

yo tenía derecho

a tu cuchara de albañil

- la más honrada entre diez mil -;

pero no me la diste:

como la cruz en tu pecho,

orgullo de tu vejez,

ella fue puesta a tus pies

cuando te fuiste.

Y aquí me tienes, triste.

 

Cuchara,

recuerdo de tu casamiento,

fría como mi cara

cuando corría al viento.

Cuchara,

espejo de honor

de tu bigote polvoriento;

tu instrumento,

tu pájaro cantor.

 

Cuchara, tu talento,

tu gloria,

tu dolor,

cuchara palmatoria;

cuchara, tu cuchillo;

cuchara, batintín;

de mi mala memoria;

lengua contra el ladrillo

escupido de cal;

azote de rocín

si trabajaba mal.

 

Cuchara, tu denuedo;

cuchara, mi callar;

tu credo,

tu alegría;

mi miedo,

mi cantar…

¡Cuchara mía!

 

José Pedroni

Argentina, 1899

Cuadro: "Tres tiempos del amor" de Miguel Oscar Menassa

 

miércoles, 19 de julio de 2023

LA VISIÓN DE DONDE HA SALIDO ESTE LIBRO

 


LA VISIÓN DE DONDE HA SALIDO ESTE LIBRO

(Fragmento)

 

 

Tuve un sueño: se me apareció el mudo de los siglos.

 

Era carne viva mezclada con granito sin tallar,

una inmovilidad hecha inquietud,

un edificio con ruido de muchedumbre,

agujeros negros con destellos de feroces ojos,

evoluciones de grupos monstruosos,

grandes bajorrelieves, frescos colosales;

el muro a veces se abría y dejaba entrever salas,

antros donde se apoltronan afortunados, poderosos,

vencedores embrutecidos de crimen, embriagados

de incienso;

estancias de oro, de jaspe y de porfirio;

y ese muro se estremecía como un árbol por el céfiro;

todos los siglos ahí estaban,

con la frente ceñida de torres o de espigas,

tristes esfinges acuclilladas sobre el enigma;

los cimientos parecían vagamente animados;

todo ascendía en la sombra; diríase un ejército

petrificado con el feje que lo guía.

 

En el momento que osaba trepar la Noche;

ese bloque flotaba como nube que rueda;

era muralla y era muchedumbre

el mármol empuña el cetro y la espada,

el polvo lloraba y sangraba la arcilla,

las piedras que caían tenían forma humana.

Todo el hombre con el desconocido soplo que lo lleva,

Eva ondulante, Adán flotando, uno y diverso,

palpitaban sobre el muro; y el ser y el universo,

y el destino, hilo negro que la tumba devana.

A veces el relámpago en la lívida pared

hacía lucir de pronto millones de caras.

Yo veía ahí esa Nada que llamamos Todo;

Los reyes, los dioses, la gloria y la ley, el paso

de las generaciones a la deriva por las edades;

y ante mi mirada se prolongaban sin fin

las plagas, los dolores, la ignorancia, el hambre,

la superstición, la ciencia, la historia.

Como una fachada negra hasta perderse de vista.

 

Y ese muro, compuesto de todo lo que se derrumbó,

se alzaba, escarpado, triste, deforme. ¿Dónde?

No lo sé. En un lugar cualquiera de las tinieblas.

 

No hay niebla ni álgebras que resistan,

en el fondo de las cifras y de los cielos,

a la fijeza calma y profunda de los ojos;

yo contemplaba ese muro, vago y confuso al principio,

donde la forma parecía flotar como una ola,

donde todo parecía vapor, vértigo, ilusión;

y, bajo mi mirada pensativa, la extraña visión

se hacía menos brumosa y más clara, a medida

que mi pupila se volvía menos turbia y más segura.

 

Victor Hugo

Cuadro: "Nacimiento del fuego" de Miguel Oscar Menassa

martes, 18 de julio de 2023

LOS CIEGOS

 


LOS CIEGOS

 

 

¡Contémplalos, alma mía; son verdaderamente horrorosos!

Semejantes a los maniquíes; vagamente ridículos;

terribles, singulares como los sonámbulos;

lanzando no se sabe dónde sus globos tenebrosos.

Sus ojos, de donde la divina chispa se ha ido,

como si miraran a lo lejos, permanecen levantados

al cielo; nadie les ve jamás hacia los suelos

inclinar soñadoramente su pesada cabeza.

Atraviesan así el negro ilimitado,

este hermano del silencio eterno. ¡Oh, ciudad,

mientras que a nuestro alrededor cantas, ríes y bramas,

enamorada de placer hasta la atrocidad!

Mira, yo me arrastro también, pero, más que ellos

embrutecido,

digo: ¿Qué buscan en el cielo todos esos ciegos?

 

Charles Baudelaire

Cuadro: "Hay que buscarlo" de Miguel Oscar Menassa

sábado, 15 de julio de 2023

DANZANDO CON LA CIERVA

 


DANZANDO CON LA CIERVA

 

 

Cada vez que aprendo algo nuevo sobre la dignidad

un ciervo se detiene erguido, salta y se posa otra vez inmóvil

a la orilla de este campo

ensombrecido por haber perdido el día.

Golpea al fuerte músculo que mi pecho guarda

y desaparece en el bosque donde yo no puedo ir por mis miedos.

 

Hay días que aparece como cervatillo, la cabeza grande

sobre su cuerpo perfecto

y suaves puntos blancos.

Hay días que es una cierva

que corre con otras de su especie,

o la imagen del macho que truena con sus astas

atacando a las aguas que dan forma a esta tierra, su gracia furiosa.

 

Alguien le comenta a una amiga delgada

que ha bajado de peso.

La amiga le responde gracias.

La cierva se levanta silenciosa en mi garganta.

Soy yo la que digo gracias, gracias,

y las palabras resuenan bajo mi piel.

Seguimos pasando las páginas de couché,

contorneándonos con la melancolía del flautista, un mensaje

en que pequeños cinturones aprietan talles de avispa

sobre latas de líquidas promesas.

 

Hoy danzo con la cierva.

Pero soy también ciervo y cervatillo,

una cámara lenta que rueda y los poderosos brazos

que me colocan en este lugar precioso.

Ubicada en la historia.

Ubicada en el tiempo.

Ahora el bosque sse revela ante mis ojos

que danzan hacia sus secretos como estrellas.

 

Margaret  Randall

Cuadro:  "Recordando el baile de la bella" Miguel Oscar Menassa

 

jueves, 13 de julio de 2023

ESTE DARSE DE GOLPES

 


ESTE DARSE DE GOLPES

 

 

Este darse de golpes

entre el sueño y la vigilia;

este girar interminable

como un trompo de imágenes

azules, verdes, rojas o amarillas;

este gastarse a diario

con un jornal de angustia,

con un fragmento de recuerdo

clavado en la mitad del alma,

doliendo al pulso

y a la raíz nocturna de los besos.

 

Voy penando en un círculo

ajeno al corazón,

voy andando

con un destierro de cal entre los párpados,

con un hueco en la sangre

donde pesa la sombra,

donde gimen los ángeles

arrojados del cielo…

 

hasta cuándo

este río de lodo

acuchillando la esperanza,

y este gusto de azufre

lloviendo por tu piel,

cayendo sordamente

hasta el fondo de la ternura,

oscureciendo la pequeña luz

que llevas

en tu secreta adolescencia.

 

Gonzalo Vázquez Méndez

Cuadro: "El dolor y la luz" de Miguel Oscar Menassa

miércoles, 12 de julio de 2023

ÁRBOL SECO

 


ÁRBOL SECO

 

 

Quizá la muerte sea este árbol mocho

con ramas y con huesos hacia el cielo

donde se van quedando como nidos

grandes y helados los desnudos cuerpos

llenándose de gris azul los ojos

sin mirada en el ala de un espejo.

 

La tierra no corrompe, el aire acuna,

van a ser puro rastro ya los huesos,

la carne pura huella transparente,

flotando como nube, como vuelo.

 

Este árbol solo en tierra de ceniza,

en paisaje de pálido desierto,

este árbol mineral, petrificado,

esta lejana sombra de esqueleto,

esta oscura bandera inmóvil, esta

descorazonadora isla sin tiempo,

esta estatua de olvido calcinado,

esta corporeizada alma de espectro,

este desazonado escalofrío,

este despojo de un planeta ciego,

este corcel parado de amargura,

este bronquio gigante y sin aliento,

esta seca madera carcomida

sin primavera y sin milagro o verso

machadiano que salve,

pudiera ser aún más que todo eso:

quizá la muerte abierta en puras ramas

esperando tal vez que nos posemos.

 

Leopoldo de Luis

Cuadro: "El latido de la selva" de Miguel Oscar Menassa

domingo, 9 de julio de 2023

SEGUNDA POESÍA VERTICAL

 


SEGUNDA POESÍA VERTICAL

 

 

Cada uno se va como puede,

unos con el pecho entreabierto,

otros con una sola mano,

unos con la cédula de identidad en el bolsillo,

otros en el alma,

unos con la luna atornillada en la sangre

y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos.

 

Cada uno se va aunque no pueda,

unos con el amor entre dientes,

otros cambiándose la piel,

unos con la vida y la muerte,

otros con la muerte y la vida,

unos con la mano en su hombro

y otros en el hombro de otro.

 

Cada uno se va aporque se va,

unos con alguien trasnochado entre las cejas,

otros sin haberse cruzado con nadie,

unos por la puerta que da o parece dar sobre el camino,

otros por una puerta dibujada en la pared o tal vez en el aire,

unos si haber empezado a vivir

y otros sin haber empezado a vivir.

 

Pero todos se van con los pies atados,

unos por el camino que hicieron,

otros por el que no hicieron

y todos por que nunca harán.

 

Roberto Juarroz

Cuadro: "Hoy también" de Miguel Oscar Menassa


sábado, 8 de julio de 2023

VUELO SIN ORILLAS

 


VUELO SIN ORILLAS

 

 

ABANDONÉ las sombras,

las espesas paredes,

los ruidos familiares,

la amistad de los libros,

el tabaco, las plumas,

los secos cielorrasos;

para salir volando,

desesperadamente.

 

Abajo: en la penumbra,

las amargas cornisas,

las calles desoladas,

los faroles sonámbulos,

las muertas chimeneas,

los rumores cansados;

pero seguí volando,

desesperadamente.

 

Ya todo era silencio,

simuladas catástrofes,

grandes charcos de sombra,

aguaceros, relámpagos,

vagabundos islotes

de inestables riberas;

pero seguí volando,

desesperadamente.

 

Un resplandor desnudo,

una luz calcinante,

se interpuso en mi ruta

me fascinó de muerte,

pero logré evadirme

de su letal influjo,

para seguir volando,

desesperadamente.

 

Todavía el destino

de mundos fenecidos,

desorientó mi vuelo

-de sideral constancia-

con sus vanas parábolas

y sus aureolas falsas;

pero seguí volando,

desesperadamente.

 

Me oprimía lo fluido,

la limpidez maciza,

el vacío escarchado,

la inaudible distancia,

lo oquedad insonora,

el reposo asfixiante;

pero seguí volando

desesperadamente.

 

Ya no existía nada,

la nada estaba ausente;

ni oscuridad, ni lumbre,

-ni unas manos celestes-

ni vida, ni destino,

ni misterio, ni muerte:

pero seguía volando

desesperadamente.

 

Oliverio Girondo

Cuadro: "Celebración en el mar" de Miguel Oscar Menassa

jueves, 6 de julio de 2023

EN DONDE LA MEMORIA ES UNA TORRE EN LLAMAS

 


EN DONDE LA MEMORIA ES UNA TORRE EN LLAMAS

 

 

No, ninguna caída logró trocarse en ruinas

porque yo alcé la torre con ascuas arrancadas de cada

infierno del corazón.

Tampoco ningún tiempo pronunció ningún nombre con su

boca de arena

porque de grada en grada un lenguaje de fuego los levantó

hasta el cielo.

 

Nadie se muere aquí.

Una criatura vela

envuelta entres sus plumas de ángel invulnerable

jugando con ayer convertido en mañana.

Vuelve a escarbar con un trozo de espejo los terrenos

prohibidos, la oscuridad sin nombre todavía,

para entregar a cada huésped la llave al rojo vivo que abrirá

cualquier puerta hacia este lado,

una consigna de sobreviviente

y las semillas de su eternidad

-un áspero alimento con un sabor a sed que nunca cesa-.

 

Nadie se pierde aquí.

A la entrada de cada laberinto

la adolescente aguarda con un ovillo sin fin entre las manos.

Otra vez del costado donde perdura el eco,

una vez más el lado que se abre como un faro hacia la

soledad,

hay un hilo que corre solamente desde siempre hasta nunca,

que ata con unos nudos invencibles las ligaduras de la

separación.

Con ese mismo hilo tejía sus disfraces de araña la impostura

y el estrangulador, noche tras noches, preparaba su lazo mejor

para mañana.

Pero ella sonríe aún detrás de su cristal de azul melancolía

escribiendo sobre el vaho de las nuevas traiciones las más

viejas promesas

con un tizón ardiendo,

para que nadie pierda la señal,

para que a nadie borre ni siquiera el perdón.

 

Nadie sale de aquí.

Yo convierto los muros en ansiosas hogueras que alimento

con sal de la nostalgia,

con raíces roídas hasta el frío del alma por la intemperie

y el destierro.

Yo cierro con mis ojos todas las cerraduras.

No hay grieta que se entreabra como en una sonrisa para

burlar la ley,

ni tierra que se parta en la vergüenza,

ni un portal de cenizas labrado por la cólera, el sueño o el

desdén.

Nada más que este asilo de paso hacia el final,

donde siempre es ahora en todas partes al sol de la vigilia,

donde los corredores guardan bajo sus alas de ladrones de

adiós a todo mensajero del destino,

donde las cámaras de las torturas se abren en una escena de

dicha o infortunio que ninguna distancia consigue

restañar,

y por cada escalera se asciende una vez más hasta el fondo

de la misma condena.

 

Ésta es la torre en llamas en medio de las torres fantasmas

del invierno

que huelen a guarida de una sola estación,

a sótano cerrado sobre unas aguas quietas que nadie quiere

abrir.

A veces sus emisarios vienen para trocar cada cautivo

ardiente por una sombra en vuelo.

Entonces oigo el coro de las apariciones.

Llaman áridamente igual que una campana sepultada.

 

Zumban como un enjambre elaborando para mi memoria

un ataúd de reina helada en el exilio.

 

Mis días en los otros ua no son nada más que una semilla

seca,

un hilo roto,

la irrevocable momia del olvido.

 

Olga Orozco

Cuadro: "Nacimiento del fuego" de Miguel Oscar Menassa