DESTRUCCIÓN BAJO EL MAR
Suelo descender a
profundidades oceánicas
que en partes todavía sin
explorar de mi espíritu existen.
Allí mi atormentado mundo
no acaba de formarse
o se desintegró hace mucho
y sus ruinas en mi alma se mueven.
Son esas partes mudas,
desconocidas, de anfibios horizontes
que no se han visto nunca
y sin embargo se recuerdan.
Seguido por moluscos y
esponjas ambulantes,
quelonios y estrellas de
mar, hacia abajo navego.
Glaucos ojos esféricos de
asteroide o de atún me contemplan
invadir como huésped
intruso.
Más abajo mi alma choca
contra arrecifes de oro
que tienen perlas
incrustadas y corales crecientes.
Mi deseo vital les
extiende las manos
y ese núcleo de estrellas
encantadas y de oro se rompe.
Arriba en la superficie círculo
fugaz de espumas delata
que algo que no fue mío
pereció para siempre.
Más abajo encuentro
escombros de volúmenes como cúpulas
de una ciudad castigada
por el mar. Tal vez la pretérita
ciudad mía,
aquella de las casas
purísimas y los altares elevados
al universo: la
desaparecida ciudad mía que hoy suplica
desde lo más patético de
su estrago sin lágrimas,
aprisionada por fúnebre
peso de sal y de exterminio.
Desciendo más y más y
descubro en declives
de colores lacustres, más
augurio de estrago.
Allí se disolvió un arco
iris que ahora tiñe de sangre,
y de azul
y de verde
y de lila,
la concentrada palpitación
de aquel submar.
Grupos de figuras vencidas
me recuerdan
tantos seres amados. Allí están
con las sienes
inundadas, las manos
densamente inundadas,
mientras vegetaciones marítimas
absorben
la claridad que les subía
por las venas hasta el árbol del sueño.
Y bajo más y más hasta los
paraísos
amorfos y frustrados de mi
ser, y hasta las catacumbas
en donde el grito del
sepulcro
no logra evasión.
Y desciendo y desciendo vertical
y vertiginoso
hasta lo más profundo mío,
allá donde mi esencia
principia a confundirse
con el origen de las cosas
increadas o inconclusas.
Declino hasta lo más
eterno y profundo mío, allá donde mi cuerpo
ya no me pertenece ni mi
alma; al fondo del gran mar
disolvente y licuante
en donde me sumerjo desde
hace siglos, desde ayer, desde hoy mismo,
para volver desde hace
siglos cada instante a la tierra,
al centro de las formas
que me ven regresar de la nada,
deshecha en mil jirones mi
escafandra de viento
y con la frente empapada
por sudor que todo lo corroe,
semejante al agua con yodo
del mar, o a esa otra furia
de ese otro mar que nombro
y que golpea como el corazón
de un hombre
contra los acantilados del
Tiempo.
Germán Pardo García
Cuadro: "Encima de la balsa" de Miguel Oscar Menassa
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