LA VISIÓN DE DONDE HA SALIDO ESTE
LIBRO
(Fragmento)
Tuve un sueño: se me
apareció el mudo de los siglos.
Era carne viva mezclada
con granito sin tallar,
una inmovilidad hecha
inquietud,
un edificio con ruido de muchedumbre,
agujeros negros con destellos
de feroces ojos,
evoluciones de grupos
monstruosos,
grandes bajorrelieves,
frescos colosales;
el muro a veces se abría y
dejaba entrever salas,
antros donde se apoltronan
afortunados, poderosos,
vencedores embrutecidos de
crimen, embriagados
de incienso;
estancias de oro, de jaspe
y de porfirio;
y ese muro se estremecía como
un árbol por el céfiro;
todos los siglos ahí
estaban,
con la frente ceñida de
torres o de espigas,
tristes esfinges
acuclilladas sobre el enigma;
los cimientos parecían
vagamente animados;
todo ascendía en la
sombra; diríase un ejército
petrificado con el feje
que lo guía.
En el momento que osaba
trepar la Noche;
ese bloque flotaba como
nube que rueda;
era muralla y era
muchedumbre
el mármol empuña el cetro
y la espada,
el polvo lloraba y
sangraba la arcilla,
las piedras que caían tenían
forma humana.
Todo el hombre con el
desconocido soplo que lo lleva,
Eva ondulante, Adán
flotando, uno y diverso,
palpitaban sobre el muro;
y el ser y el universo,
y el destino, hilo negro
que la tumba devana.
A veces el relámpago en la
lívida pared
hacía lucir de pronto
millones de caras.
Yo veía ahí esa Nada que
llamamos Todo;
Los reyes, los dioses, la
gloria y la ley, el paso
de las generaciones a la
deriva por las edades;
y ante mi mirada se prolongaban
sin fin
las plagas, los dolores,
la ignorancia, el hambre,
la superstición, la
ciencia, la historia.
Como una fachada negra
hasta perderse de vista.
Y ese muro, compuesto de
todo lo que se derrumbó,
se alzaba, escarpado,
triste, deforme. ¿Dónde?
No lo sé. En un lugar
cualquiera de las tinieblas.
No hay niebla ni álgebras
que resistan,
en el fondo de las cifras
y de los cielos,
a la fijeza calma y
profunda de los ojos;
yo contemplaba ese muro,
vago y confuso al principio,
donde la forma parecía flotar
como una ola,
donde todo parecía vapor,
vértigo, ilusión;
y, bajo mi mirada
pensativa, la extraña visión
se hacía menos brumosa y más
clara, a medida
que mi pupila se volvía
menos turbia y más segura.
Victor Hugo
Cuadro: "Nacimiento del fuego" de Miguel Oscar Menassa
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