domingo, 30 de julio de 2023

VEO A LOS MUCHACHOS DEL VERANO

 


VEO A LOS MUCHACHOS DEL VERANO

 

I

Veo a los muchachos del verano en su ruina

convertir en eriales los dorados rastrojos,

desdeñar las cosechas y congelar los suelos;

y allí, en su ardor, el invernal diluvio

de amores escarchados, persiguen a las niñas,

y echan en sus mareas los sacos de manzanas.

 

Los muchachos de luz en su locura, coagulan lo que tocan,

agrian la miel hirviente;

hurguetean los muñecos de escarcha en las colmenas;

allí en el sol, frígidas hebras

de oscuridad y duda, ellos nutren sus nervios

y el signo de la luna, nada es en sus vacíos.

 

Veo a los muchachos del verano en el vientre materno

rasgar hacia la luz la atmósfera del útero,

dividir noche y día con pulgares de duende;

allí, desde lo hondo, con sombras seccionadas

de sol y luna ellos pintan sus dársenas

mientras les pinta el sol los cascos de la frente.

 

Sé que de esos muchachos han de surgir hombres de nada

hechos por la transformación de las semillas,

o han de lisiar el aire saltando de sus llamas,

desde sus corazones, cuando el pulso candente

del amor y la luz estalle en sus gargantas.

Oh, ved el pulso del verano en el hielo.

 

 

II

Pero las estaciones deben ser desafiadas o se tambalearán

en algún cuarto de hora repicante

donde, como una puntual muerte hacemos tintinear las

estrellas;

esa noche en que el invierno soñoliento

les tira de la negra lengua a las campanas

y no se atreven a chistar siquiera

los vientos de la luna y de la medianoche.

 

Somos los oscuros negadores, exorcicemos a la muerte

en la mujer colmada de verano,

arrojemos la vida musculosa de los amantes que se crispan,

y de los muertos limpios que hace fluir el mar

echemos al gusano de ojos brillantes en la linterna de Davy,

y del vientre preñado quitemos el muñeco de paja.

 

Nosotros, muchachos del verano en esta red de cuatro vientos,

verdes por el hierro de las algas,

levantemos al bullicioso mar y arrojemos sus pájaros,

alcemos la bola del mundo llena de olas y espuma

para ahogar los desiertos con sus mareas

y trenzar los jardines del condado.

 

En primavera ornamentamos nuestra frente.

Vivan las bayas y la sangre,

y crucificamos a los alegres señores en los árboles;

Aquí el húmero músculo del amor se aja y muere,

aquí estalla un beso en una cantera sin amor.

Oh ved en los muchachos los polos de la promesa.

 

 

III

Yo os veo, muchachos del verano, en vuestra ruina.

El hombre en el desierto de su larva.

Y los muchachos son plenos y ajenos en la bolsa.

Soy el hombre que vuestro padre fue.

Somos hijos del pedernal y de la brea.

Oh, ved cómo se besan los polos que se cruzan.

 

Quise acrecentar la estatura de mi carne

hasta dejarla sin apariencia de hombre, en actitud de roca

erguida contra lo que amenace destrucción.

Una de esas montañas oscuras

que únicamente aclaran al crepúsculo,

y retenerte allí por un momento, ¡oh, sed de mis tinieblas!,

consumando nuestra unión en las alturas más solas,

en ese instante de contricción y aniquilamientos dinásticos

en que desparece el último sol sobre las cumbres.

 

Quise entregarte mis vacíos

por donde a veces cruzan islas como veloces barcas

que a bordo llevan tripulación de nubes,

rojas espumas de calientes mostos

y ecuatorial repercutir de cánticos.

Yo soy el capitán de esas naves corsarias,

atormentadamente fugitivas.

¡Qué puede mi entusiasmo y qué mi espíritu

contra este mar de horror en que navego!

En las orillas crecen grupos de cocoteros y de plátanos

que dan al aire su explosión de vida.

Pero yo soy el capitán sombrío

que estandartes de cólera acaudilla.

Perdí mi amor más alto al desterrarte

lejos de mí a nocturnos archipiélagos,

y allá voy entre gritos de soberbia,

como barco sin brújula a estrellarme

contra los arrecifes de la muerte.

 

Tú pudieras alzarme a tu espejismo

donde abundan esteros y coronas.

Restituirme al centro de mis imaginaciones puras

y disminuir este clamor que me hace trepidar

como al zócalo de una metrópoli martirizadas,

donde murieron vírgenes y atletas campeones.

 

A pesar de ti otro hermético mundo me llama.

A él subo a contemplar como un conquistador olvidado,

banderas derrotadas y llanuras ya sin ejércitos,

desde un monte casi humano que recibe

y transforma en insignia de su angustia,

la soledad del último sol sobre las cumbres.

 

A pesar de ti otro hermético mundo me nombra.

Yo lo escucho movilizarse en torno

de mi silencio andino,

con mi sagacidad de bestia acostumbrada

a oir la evolución de hundidas formas

y el ruido de las larvas apoderándose de os muertos.

Ese ha sido mi estrago: separarme

de lo más puro y explorar abismos,

para volver del fondo de mi infierno

con aridez de corrosivas marcas.

Acércate a mis líquidos derrumbes

y probarás la sal de las marismas.

Óyeme hablar y sentirás el vértigo

de las constelaciones que interrogo.

Mírame al centro de los ojos verdes

y encontrarás el odio del pantano.

No soy del orbe tuyo en que sazonan

continentes de trigos y naranjas.

Soy de la oscuridad, de lo más hondo

del frenético piso americano,

y si aclara en mí espíritu es con todos

los desórdenes y los desequilibrios

de un cielo huracanado cuando baja

el últimos sol sobre las cumbres.

 

Dylan Thomas

Gran Bretaña 1914

Cuadro: "Observando la experiencia" de Miguel Oscar Menassa

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