miércoles, 27 de febrero de 2019

ROMANCE DE LA PENA NEGRA - Federico García Lorca



ROMANCE DE LA PENA NEGRA
A José Navarro Pardo

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados su pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿Por quién preguntas
sin compañía y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar
que la pena negra brota
en las tierras de la aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh! Pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota.

Federico García Lorca


martes, 26 de febrero de 2019

FURIAS PARA DANZAR - Gioconda Belli



FURIAS PARA DANZAR


Voy a cantar mi furia iluminada,
desembarazarme de ella
para poderte amar
sin que cada beso
sea mi cuerpo extendido y desnudo
sobre la piedra ritual.

Yo he amado hombres hermosos,
violentos, dulces, tristes y joviales.
En todos he buscado la luna,
los flujos y reflujos, la marea.
Yo he sido un volcán desparpajado
arrojando lava
y una gaviota volando a ras del agua.
Una paloma alimentando sus pichones,
una leona recorriendo majestuosa las selvas.
He ansiado inviernos tormentosos
y los veranos secos en que la piel se parte
con la tierra.
He caminado a lo largo y lo ancho
volado máquinas de todas las especies.
He conocido muertes
y las he amado cubiertas de musgo y lágrimas.

Más heme aquí levantando arenas en castillos de agua.
Heme aquí danzando alocadamente espejos sin imágenes.
Árbol que se sacude enfurecido las flores
para quedarse desnudo y solo en el atardecer.

Esgrimo bandadas de aves migratorias
que buscan perseguirse en el espacio.
Doblo las ramas del mundo enardecido
y te doy a beber sudor de multitudes.

Te desdeño y acaricio los rizos negros
de la cabellera.
Callo o me lanzo a decir encendidos discursos.
Uso hechizos de mujer o fríos razonamientos de sabios.
Agoto municiones en un combate de enemigos invisibles.

Algún día saldrás del laberinto.
Caminarás por jardines pacíficos atado de recuerdos.
Yo rabiaré las noches y el tesoro de mis alondras submarinas
estará sumergido en el valle donde nace el huracán.
Ahora salgo descalza piel
a recorrer avenidas
en la desenfrenada carrera de los venados.

Ya se sosegará mi corazón
tejedor de suerte y telarañas.
Ya me sacudirán terremotos
para crear tenues ciudades
paisajes delineados en la espuma.

Algún día moriré de morirme.
Te dejaré tatuado de ruiseñores.
Creceré enredaderas en torno
a tus noches lejanas.

Las espirales de este tiempo que se esfuma
te traerán en el olor de las azaleas
esta mujer que cantó
contra Penélopes
para un sordo Ulises navegante.

Gioconda Belli


domingo, 24 de febrero de 2019

TRILCE LXII






TRILCE LXII

                           Alfombra
Cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entonces con tiento la mampara
                           que tanto se entreabre
casa bien los cerrojos, para que no puedan
volverse otras espaldas.

                              Corteza
Y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cojido de un canto de tu suerte,
te soy inseparable,
y me arrastras de borde de tu alma.

                             Almohada
Y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!
                              Oh no. Quién sabe!
Entonces nos habremos separado.
Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá,
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
                             ponientes de la tierra.

Y desde allí te seguiré a lo largo
de otros mundos, y siquiera podrán
servirte mis nos musgosos y arrecidos,
para que en ellos poses las rodillas
en las siete caídas de esta cuesta infinita,
y así te duelan menos

César Vallejo


INCIDENTE DOMÉSTICO - Miguel de Unamuno



INCIDENTE DOMÉSTICO


Traza la niña toscos garrapatos,
de escritura remedo,
me los presenta y dice
con un mohín de inteligente gesto:

“¿Qué dice aquí, papá?

Miro unas líneas que parecen versos.
“¿Aquí?” “Sí, aquí; lo he escrito yo; ¿qué dice?
Porque yo no sé leerlo…”
“¡Aquí no dice nada!”, le contesté al momento.

“¿Nada?”, y se queda un rato pensativa
-o así me lo parece, por lo menos,
pues ¿está en los demás o está en nosotros
eso a que damos en llamar talento?-.

Luego, reflexionando, me decía:
¿Hice bien revelándole el secreto?
-no el suyo ni el de aquellas toscas líneas,
el mío, por supuesto-.

¿Sé yo si alguna musa misteriosa,
un subterráneo genio,
un espíritu errante que a la espera
para encarnar está de humano cuerpo,
no le dictó esas líneas
de enigmáticos versos?

¿Sé yo si son la gráfica envoltura
de un idioma de siglos venideros?
¿Sé yo si dicen algo?
¿He vivido yo acaso de ellas dentro?

No dicen mas los árboles, las nubes,
los pájaros, los ríos, los luceros…
¡No dicen más y nos lo dicen todo!
¿Quién sabe de secretos?

Miguel de Unamuno


sábado, 23 de febrero de 2019

RIMA XI - Rubén Darío





RIMA XI


Voy a confiarte, amada,
uno de los secretos
que más me martirizan. Es el caso
que a las veces mi ceño
tiene en un punto mismo
de cólera y esplín los fruncimientos.
O callo como un mudo
o charlo como un necio,
suplicando el discurso
de burlas, carcajadas y dicterios.
¿Qué me miran? Agravio.
¿Me han hablado? Zahiero.
Medio loco de atar, medio sonámbulo,
con mi poco de cuerdo.
¡Cómo bailan en ronda y remolino,
por las cuatro paredes del cerebro
repicando a compás sus consonantes,
mil endiablados versos
que imitan, en sus cláusulas y ritmos
las músicas macabras de los muertos!
¡Y cómo se atropellan,
para saltar a un tiempo,
las estrofas sombrías,
de vocablos sangrientos,
que me suele enseñar la musa pálida,
la triste musa de los días negros!
Yo soy así ¡Qué se hace! ¡Boberías
de soñador neurótico y enfermo!
¿Quieres saber acaso la causa del misterio?
Una estatua de carne
me envenenó la vida con sus besos.
Y tenía tus labios, lindos, rojos
y tenía tus ojos, grandes, bellos…

Rubén Darío

viernes, 22 de febrero de 2019

PUERTAS ABIERTAS - Gioconda Belli



PUERTAS ABIERTAS


La lluvia, de pronto,
se desgaja del cielo
en un estruendo de invisibles caballos,
apresurados sobre el zinc.
A lo lejos el relámpago restalla su látigo,
pero dentro de la casa el aire es manso,
el acordeón de Piazzola se alza sobre el
mugido de la tormenta.
Recuerdo tantas noches de lluvia como ésta;
el olor de la tierra,
la reverberación húmeda,
mi cuerpo esponjándose,
la lluvia dentro de mí,
las sábanas en las noches mojadas y fieras del invierno.

Será la madurez, pienso,
la que me lleva hacia mi misma;
al placer de la absoluta soledad.
El libro recién terminado sobre la mesa,
el perro durmiendo en el sofá,
mi hija Adriana acurrucada arriba en su sueño tranquilo,
y yo como una isla flotando en la medianoche,
dejando que el mar de la lluvia lama mis costas,
que la brisa se descuelgue por la ventana,
y el agua desaforada me encuentre
con las puertas abiertas.

Gioconda Belli


jueves, 21 de febrero de 2019

PALABRAS PERDIDAS -Carilda Oliver Labra





PALABRAS PERDIDAS
               
 No me quejo de lo terrible que asoma:
este diente que he perdido es una de sus señales
este temporal que ensordece es uno de sus atributos.

No hay nada que hacer,
no acierto con la clave.

Ahora se aproxima una página y me toma de golpe.
Es como un amante súbito que no esperábamos,
que nos posee en el temblor del crepúsculo
sin una sílaba imprudente.
Bajo su magia encuentro a la primera mujer
que seguramente fui.
Estoy muerta, lo sé,
aunque salgo a pasear por la Calzada de Tirry
y me asombro con sus cariátides.

Persigo lo que no existe y conozco de siempre.
Canto a la tempestad, soy su hija, su desmemoriada,
la última
de una raza que no ha de dejar descendientes.

Contraigo cierta mansedumbre cuando me da el sereno
en las noches del mar.
Se me cruza la vista con las flores que invento,
con las nubes,
clavada a este madero que me tomó por náufraga.
Vivo de algún trago de lluvia,
de este poco de hombre,
y siempre tengo miedo de no abrazar a nadie.

Carila Oliver Labra

miércoles, 20 de febrero de 2019

SE QUERÍAN - Vicente Aleixandre



SE QUERÍAN


Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan  recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo  la tierra y  los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad e los vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas; antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Vicente Aleixandre


martes, 19 de febrero de 2019

ELEGÍA PARA DECIRME - Carilda Oliver Labra






ELEGÍA PARA DECIRME


Yo le recuerdo aquí, donde me duele
el color que le trajo a mi esperanza,
y le recuerdo aquí porque soy triste
y ya no puedo echarme entre sus lágrimas.

¿Qué corazón saldría de este insomnio
si yo supiera ser una muchacha,
si no me pareciera tanto a mis ojeras,
ni a esta tarde invierno, así doblada!

Pero me acuerdo aquí de que anda lejos
el que vivió a la vuelta de mi espalda.
Me acuerdo de su nombre perezoso
que casi no quería ser palabra.
Me acuerdo de su risa mal abierta
riñéndole por dentro de la mirada,
y de su frente que crecía,
y de su voz inútil como el alba
y de un secreto que quedó inconcluso
aquel domingo con que amó la nada.

¿Qué corazón saldría de este insomnio
si yo supiera ser una muchacha?
Pero me duele aquí, donde me canso,
aquel hombre agobiado por sus crisálidas.
Pero me duele aquí, donde soy sola,
esta verdad metida entre dos alas.
Qué corazón saldría de este insomnio.

Pero soy todo el blanco que se acaba,
y no me porto bien con la alegría
por lo que traigo al sur de mi garganta.

Carilda Oliver Labra


lunes, 18 de febrero de 2019

LA GALATEA - PRIMER LIBRO - Miguel de Cervantes







LA GALATEA

PRIMER LIBRO

Mientras que al triste, lamentable acento
del mal acorde son del canto mío,
en eco amarga de cansado aliento,
responde el monte, el prado, el llano, el río,
demos al sordo y presuroso viento
las quejas que del pecho ardiente y frío
salen a mi pesar, pidiendo en vano
ayuda al río, al monte, al prado, al llano.

Crece el humor de mis cansados ojos
las aguas deste río, y deste prado
las variadas flores son abrojos
y espinas que en el alma se han entrado.
No escucha el alto monte mis enojos,
y el llano  de escucharlos se ha cansado;

y así, un pequeño alivio al dolor mío
no hallo en monte, en llano, en prado, en río.

Creí que el fuego que en el alma enciende
el niño alado, el lazo con que aprieta,
la red sotil con que a los dioses prende
y la furia y rigor de su saeta,
que así ofendiera como a mí me ofende
al subjeto singar que me subjeta;
mas contra un alma que es de mármol hecha,
la red no puede, el fuego, el lazo y flecha.

Yo si que al fuego me consumo y quemo,
y al lazo pongo humilde la garganta,
y a la red invisible poco temo,
y el rigor de la flecha no me espanta.
Por esto soy llegado a tal extremo,
a tanto daño, a desventura tanta,
que tengo por mi gloria y mi sosiego la
saeta, la red, el lazo, el fuego

Miguel de Cervantes


domingo, 17 de febrero de 2019

TE DESEO - Víctor Hugo





TE DESEO

Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que sí es,
sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar.

Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,
cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,
porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no
madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer
y su dolor y es necesario dejar
que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras,
con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personal infelices.

Te deseo que acaricies un perro,
alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero
erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera,
sentirás bien por nada.
Deseo también que plantes una semilla,
por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuántas vidas
está hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
y que por lo menos una vez
por año pongas algo de ese dinero
frente a ti y digas: “Esto es mío”,
sólo para que quede claro
quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno
de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar
sin lamentarse y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre,
tengas una buena mujer, y que siendo
mujer, tengas un buen hombre,
mañana y al día siguiente, y que cuando
estén exhaustos y sonrientes,
hablen sobre amor para recomenzar.
Si todas estas cosas llegaran a pasar,
no tengo más nada que desearte.

Víctor Hugo