¡CELESTE,
CELESTE CARNE DE LA MUJER!
¡Carne,
celeste carne de la mujer! Arcilla
--dijo
Hugo--, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!,
la
vida se soporta,
tan
doliente y tan corta,
solamente
por eso:
¡roce,
mordisco o beso
en
ese pan divino
para
el cual nuestra sangre es nuestro vino!
En
ella está la lira,
en
ella está la rosa,
en
ella está la ciencia armoniosa,
en
ella se respira
el
perfume vital de toda cosa.
Eva
y Ciprés concentran el misterio
del
corazón del mundo.
Cuando
el áureo Pegaso
en
la victoria matinal se lanza
con
el mágico ritmo de su paso
hacia
la vida y hacia la esperanza,
si
alza la crin y las narices hincha
y
sobre las montañas pone el casco sonoro
y
hacia la mar relincha,
y
el espacio se llena
de
un gran temblor de oro,
es
que ha visto desnuda a Anadiomena.
Gloria,
¡oh Potente a quien las sombras temen!
¡Que
las más blandas tórtolas te inmolen!
¡Pues
por ti la floresta está en el polen
y
el pensamiento en el sagrado semen!
Gloria,
¡oh Sublime, que eres la existencia
por
quien siempre hay futuros en el útero eterno!
¡Tu
boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia
y
al torcer tus cabellos apagaste el infierno!
Inútil
es el grito de la legión cobarde
del
interés, inútil el progreso
yankee, si te desdeña.
Si
el progreso es de fuego, por ti arde.
¡Toda
lucha del hombre va a tu beso,
por
ti se combate o se sueña!
Pues
en ti existe Primavera para el triste,
labor
gozosa para el fuerte,
néctar,
ánfora, dulzura amable.
¡Porque
en ti existe
el
placer de vivir hasta la muerte
ante
la eternidad de lo probable!...
Rubén
Darío
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