LA QUE CAMINA
Aquel mismo arenal, ella
camina
siempre hasta cuando ya
duermen los otros;
y aunque para dormir caiga
por tierra
ese mismo arenal sueña y
camina.
La misma ruta, la que
lleva al Este
es la que toma aunque la
llama el Norte,
y aunque la luz del sol le
da diez rutas
y se las sabe, camina la Única.
Al pie del mismo espino se
detiene
y con el ademán mismo lo
toma
y lo sujeta porque es su
destino.
La misma arruga de la
tierra ardiente
la conduce, la abrasa y la
obedece
y cuando cae de soles
rendida
la vuelve a alzar para
seguir con ella.
Sea que ella la viva o que
la muera
en el ciego arenal que
todo pierde,
de cuanto tuvo dado por la
suerte
esa sola palabra ha
recogido
de ella vive y de la misma
muere.
Igual palabra, igual, es
la que dice
y es todo lo que tuvo y lo
que lleva
y por su sola sílaba de
fuego
ella puede vivir hasta que
quiera.
Otras palabras aprender no
quiso
y la que lleva es su
propio sustento
a más sola que va más la
repite,
pero no se la entienden
sus caminos.
¿Cómo, si es tan pequeña,
la alimenta?
¿Y cómo, si es tan breve,
la sostiene,
y cómo, si es la misma, no
la rinde,
y adonde va con ella hasta
la muerte?
No le den soledad porque
la mude,
ni palabra le den, que no
responde.
Ninguna más le dieron en
naciendo,
y como es su gemela no la
deja.
¿Por qué la madre no le
dio sino ésta?
¿Y por qué cuando queda
silenciosa
muda no está, que sigue
balbuceándola?
Se va quedando sola como
un árbol
o como arroyo de nadie
sabido
así marchando entre un fin
y un comienzo
y como sin edad o como en
sueño.
Aquellos que la amaron no
la encuentran,
el que la vio se la cuenta
por fábula
y su lengua olvidó todos
los nombres
y sólo en su oración dice
el del Único.
Yo que la cuento ignoro su
camino
y su semblante de soles
quemado,
no sé si la sombrean pino
o cedro
ni en qué lengua ella
mienta a los extraños.
Tanto quiso olvidar que ya
ha olvidado.
Tanto quiso mudar que ya
no es ella,
tantos bosques y ríos se
ha cruzado
que al mar la llevan ya
para perderla,
y cuando me la pienso, yo
la tengo,
y le voy sin descanso
recitando
la letanía de todos los
nombres
que me aprendí, como ella
vagabunda;
pero el Ángel oscuro
nunca, nunca,
quiso que yo la cruce en
los senderos.
Y tanto se la ignoran los
caminos
que suelo comprender, con
largo llanto,
que ya duerme del sueño
fabuloso,
mar sin traición y monte
sin repecho,
ni dicha ni dolor, no más
olvido.
Gabriela Mistral
Cuadro: "El confín del tiemp0" de Miguel Oscar Menassa