GÉNESIS
No había ningún signo
sobre la piel del tiempo
Nada. ni ese tapiz de invierno
repentino que presagia las
[garras del relámpago quizá hasta mañana.
Tampoco esos incendios desde
siempre que anuncian una
[antorcha que
desemboca en nunca o en ayer.
Nada. Ni tierra prometida.
Era sólo un desierto de
cal viva tan blanca como negra,
un ávido fantasma nacido
de las piedras para roer el sueño
[milenario,
la caída hacia afuera que
es el sueño con que sueñan las
[piedras.
Nadie. Sólo un eco de
pasos sin nadie que se alejan
y un lecho ensimismado en
marcha hacia el final.
Yo estaba allí tendida;
yo, con los ojos abiertos.
Tenía en cada mano una
caverna para mirar a Dios,
y un reguero de hormigas
iba desde su sombra hasta mi
[corazón y mi cabeza.
Y alguien rompió en lo
alto esa tinaja gris donde subían a
[beber los recuerdos;
después rompió el
prontuario de ciegos, juramentos heridos
[a traición
y destrozó las talas de la
ley inscritas con la sangre
[coagulada de las historias muertas.
Alguien hizo una hoguera y
arrojó uno por uno los fragmentos.
El cielo estaba ardiendo
en la extinción de todos los infiernos
y en la tierra se borraban
sus huellas y sus pruebas.
Yo estaba suspendida en
algún tiempo de la expiación
sagrada; yo estaba en algún
lado muy lúcido de Dios;
yo, con los ojos cerrados.
Entonces pronunciaron la
palabra.
Hubo un clamor de verde
paraíso que asciende desgarrando
[la raíz de la piedra,
y su proa celeste avanzó
entre la luz y las tinieblas.
Abrieron las compuertas.
Un oleaje radiante colmó
el cuenco de toda la esperanza aún
[deshabitada,
y las aguas tenían hacia
arriba ese color de espejo
[en el que nadie se ha mirado jamás,
y hacia abajo un fulgor de
gruta tormentosa que mira desde
[siempre por primera
vez.
Descorriendo de pronto las
mareas.
Detrás surgió una tierra
para inscribir en fuego cada pisada
[del
destino,
para envolver en hierba
sedienta la caída y el reverso de cada
[nacimiento,
para encerrar de nuevo en
cada corazón la almendra del
[misterio.
Levantaron los sellos.
La jaula del gran día abrió
sus puertas al delirio del sol
con tal que todo nuevo
cautiverio del tiempo fuera
[deslumbramiento en la mirada,
con tal que toda noche
cayera con el velo de la revelación a
[los pies de la luna.
Sembraron en las aguas y
en los vientos.
Y desde ese momento hubo
una sola sombra sumergida en
[mil sombras,
un solo resplandor
innominado en esa luz de escamas que
[ilumina hasta
el fin la rampa de los sueños.
Y desde ese momento hubo
un borde de plumas
[encendidas
desde la más remota lejanía,
unas alas que vienen y se
van en un vuelo de adiós a todos
[los adioses.
Infundieron un soplo en
las entrañas de toda la extensión.
Fue un roce contra el último
fondo de la sangre;
fue un estremecimiento de
estambres en el vértigo del aire;
y el alma descendido al
barro luminoso para colmar la forma
[semejante a su imagen,
y la carne se alzó como
una cifra exacta,
como la diferencia
prometida entre el principio y el final.
Entonces se cumplieron la
tarde y la mañana
en el último día de los
siglos.
Yo estaba frente a ti;
yo, con los ojos abiertos
debajo de tus ojos
en el alba primera del
olvido.
Olga Orozco
Cuadro: "La ruta" de Joan Miro
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