NO BUSQUES, NO
Yo te he querido como
nunca.
Eras azul como noche que
acaba,
eras la impenetrable
caparazón del galápago…
que se oculta bajo la roca
de la morosa legada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos
cuando en tierra dormimos solitarios.
De nada serviría besar tu
oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de pronto el pulso
navegaba
y de pronto faltaba como
un mar que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de
unos ojos marchitos,
de los que yo veía a
través de las lágrimas,
era una caricia para herir
las pupilas,
sin que siquiera el
párpado se cerrase en defensa.
Cuán amorosa forma
la del suelo las noches
del verano
cuando echado en la tierra
se acaricia este mundo que rueda,
la sequedad oscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más
ajeno a un sollozo.
Tú, pobre hombre que
duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te
roza;
tú, que viajas postrero
con la corteza seca que
rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin
falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la
busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo
como con una luz azul si la noche es de plomo.
No, no busques esa gota
pequeñita,
ese mundo reducido o
sangre mínima,
esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la
mejilla descansa.
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