jueves, 7 de mayo de 2020

LA CALLE




LA CALLE


La calle es larga y negra por la noche.
Hay que llevar el sol en la solapa.
O, al menos, una estrella de bolsillo.

La calle es peligrosa. Muy bien puedes
partirte el corazón contra una esquina
si no lo llevas limpio y en la mano,
si no has sabido a tiempo y sin remilgos
llenarlo con la sangre más caliente.

Conviene andar descalzo y sin sombrero;
quitarse la sortija y la corbata;
armarse con el dardo de una espiga
para pasar de noche por la calle.

Hay que tener en cuenta, muy en cuenta,
que hay manchas a lo largo de los muros
y sombras que parecen conocidas
y zanjas donde yacen piernas rotas.

Los quicios está llenos de chaquetas
sucias de llanto y de sudor antiguo.

Las casas se apretujan en silencio
guardando grandes masas apiñadas
de cuerpos que disuelven su cansancio
en una muerte dulce y transitoria.

Pero los pechos laten y respiran
y hay una fuerza enorme en su latido,
un potencial de vida inextinguible
que se alzará total en la mañana
y se pondrá a la obra de hacer mundo.

La calle es dolorosa por la noche:
produce malestar en las costillas,
sabe a mendrugo, a vino y a pecado.

Pero sus hombres tienen hierro y savia,
fuego de Dios, la sal de nuestra tierra
en la profunda médula del hueso.

Si no quieres tu muerte decisiva,
no escapes por el cabo de la calle.
Entra en las casas, mira a los que duermen,
toca sus manos, pon una esperanza
entre sus ojos, acomoda al niño
que se apartó del seno de su madre.

Mejor aún, hazte un pequeño hueco
entre las filas, tiéndete a su lado,
duerme su mismo sueño penitente
y cuando el sol comience un nuevo día,
vete a cumplir con ellos la tarea.

Ángela Figuera Aymerich
Autor del cuadro: John Atkinson Grimshaw


No hay comentarios:

Publicar un comentario