lunes, 30 de marzo de 2015

Leído en la presentación del libro "Mujer de otoño" de Pilar Rojas


EL GOCE INTERRUMPIDO


Esperaba el alba con fruición desesperada, como si las delicadas sábanas de hilo que habían acogido su cuerpo en la noche se convirtieran, por un sortilegio que no comprendía, en rudas ortigas que la instigaban a levantarse.

Su gesto, adusto, de mujer laboriosa y dócil, no hacía sospechar la crueldad de su determinación, la había cogido el gusto a limpiar por las mañanas. Enarbolando un plumero volaba por la casa, silenciosa, como si sus pasos siguieran la consigna que dirigía su brazo: no dejar rastro. Y convencida de que su gesta sería reconocida algún día porfiaba con las pequeñas motitas de polvo que, díscolas, insistían en posarse sobre los libros de la estantería.

Cuando alguien reparaba en ella emprendía una brillante protesta alegando que, a causa de tan laboriosa actividad, no podía dedicarse a obra de mayor provecho.

No recordaba cuándo había comenzado esta afición suya, que tanto la extrañaba. De pequeña peleaba con su madre, precisamente porque odiaba realizar una tarea tan poco provechosa: mover el polvo de un lado a otro. Pero ahora, quizás por la insistencia materna que la apremiaba continuamente, pasaba todas las mañanas sacando brillo a los muebles, como a ella le gustaba decir, por si en alguna ocasión, de improvisto, viniera una visita.

Y no era baladí su cautela porque ella era algo bruja, como solía decir su marido, y sabía que, tarde o temprano sucedería. Así fue, una mañana a la hora del Ángelus sonó el timbre de la calle. El sonido agudo y reiterativo como de cigarra en pleno agosto la desagradó profundamente. Esta coincidencia horaria no presagiaba nada bueno, si bien, su desasosiego nada tenía que ver con que le hubieran interrumpido las fantasías que estaba tejiendo y de las que no podía decir mucho más, ya que ella, mientras limpiaba, tenía la mente en blanco.


Pilar Rojas
Del libro “Mujer de Otoño










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