EL HOMBRE Y SU ESPERANZA
Ahora me miro por dentro
y estoy tan lejana,
brotándome en lo escondido
sin raíces, ni lágrimas,
ni grito
-Intacta en mí misma-
en las manos mías
en el mundo de ternura
creado por mi forma.
Me he visto nacer, crecer,
sin ruido,
sin ramas que duelan como
brazos,
sutil, callada, sin palabra
para herir,
ni vientre que rebase de
peces.
Como rosa de sueño se fue
formando mi mundo.
Ángeles de amor me fueron
siempre fieles,
en la amapola, en la alegría
y en la sangre.
Cada caracol supo darme un
rumbo
y una hora para llegar.
Y siempre pude estar
exacta.
A la cita del agua, de la
ceniza y la desesperanza…
Frágil, pero vital, fue
siempre mi árbol.
Al hombre y al pájaro le
fui siempre constante.
Amé como deben amar los
geranios,
los niños y los ciegos.
Pero en cualquier medida
estuve siempre fuera de
proporciones,
porque mi impecable y recién
inaugurado mundo
tritura sordos viejos
modas y resabios inútiles.
Mi caricia es combate
urgencia de vida,
profecía de cielo estricto
que sostienen los pasos.
Creadora de lo eterno,
dentro de mí, fuera de mí,
para encontrar mi
universo.
Aprendí, llegué, entré,
con adquirida plena
conciencia
de que el poeta que va
solo
no es más que un muerto,
un desterrado,
un arcángel arrodillado
que oculta su rostro,
una mano que deja caer su
estrella
y que se niega a sí mismo,
a los suyos,
su adquirido o supuesto
linaje.
De esta ciega y absurda
muerte o vida,
ha nacido mi mundo,
mi poema y mi nombre.
Por eso hablo del hombre
sin descanso,
del hombre y su esperanza.
Clementina Suárez
Honduras, 1902
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