SOPLO
Quimeras de artificio de
boca vidriosa
y colas variopintas
lentamente resbalan ante
las fachadas de las jorobas muertas
tocadas con pelucas de
asfalto.
Los mojones volcados del
paraíso
yacen entre nubes de ceniza.
Mariposas de gelatina
blanca
caen en un lar de hielo.
Al pie de la cascada de
terciopelo
bordada con estrellas auténticas,
unos niños esperan la
frescura del alba.
Una flecha de ébano se
hunde en el suelo del cielo sereno.
Un cielo con sonido de
cristal
despliega torbellinos de
luz
sobre el mundo incoloro de
la muerte.
La belleza de ancho pecho
invencible
y miembros relampagueantes
se posa ante el absurdo de
la nada.
Y un flujo de claridad
divina
se precipita a través de
la inmensidad de un soplo.
La tierra gira, llevada
por fuerzas incandescentes.
Olas de fuego y de agua
rugen y se lanzan
a lo largo de la tierra y
del mar.
Enjambres de llamas
rabiosas
se precipitan sobre lo
vivo y sobre lo muerto.
La vida perdidamente viva
se retuerce, se alza
en esta concha formada por
un cielo azul,
un mar azul
y una tierra amarilla.
Adosada a un monumento de objetos
blandos y pringosos
una bruja sórdida y
teatral
ofrece no sé qué cola de
diablillo
para huronear en el nido
de oro
que contiene los huevos
llameantes de la felicidad.
Las frutas se pelean.
Chillan como mil órganos.
El velo del cielo crece,
se hincha.
Proa al infinito en
movimiento,
el universo boga como un
navío.
Los estandartes del sol
llamean
sobre el mar de la
inmensidad.
Una crin de sombra se
sacude
en la noche.
Jean Arp
Francia, 1887
Cuadro: "Hoy también" de Miguel Oscar Menassa
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