LA MUERTE DEL MUNDO
La muerte iba mandando y
recogiendo
en lugares y tumbas su
tributo:
el hombre con puñal o con
bolsillo,
a mediodía o en luz
nocturna,
esperaba matar, iba
matando,
iba enterrando seres y
ramajes,
asesinando y devorando
muertos.
Preparaba sus redes,
estrujaba,
desangraba, salía en las
mañanas
oliendo sangre de la cacería,
y al volver de su triunfo estaba envuelto
por fragmentos de muerte y
desamparo,
y matándose entonces
enterraba
con ceremonia funeral sus
pasos.
Las casas de los vivos
eran muertas.
Escoria, techos rotos,
orinales,
agusanados callejones,
cuevas
acumuladas con el llanto
humano.
-Así debes vivir –dijo el
decreto
-Púdrete en tu substancia –dijo
el jefe.
-Eres inmundo –razonó la
Iglesia
-Acuéstate en el lodo –te dijeron.
Y unos cuantos armaron la
ceniza
para que gobernara y
decidiera,
mientras la flor del
hombre se golpeaba
contra los muros que le
construyeron.
El cementerio tuvo pompa y
piedra.
Silencio para todos y
estatura
de vegetales altos y
afilados.
Al fin estás aquí, por fin
nos dejas
un hueco en medio de la
selva amarga,
por fin te quedas tieso
entre paredes
que no traspasarás. Y cada
día
las flores como un río de
perfume
se juntaron al río de los
muertos.
Las flores que la vida no
tocaba
cayeron sobre el hueco que
dejaste.
Pablo Neruda
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