viernes, 22 de septiembre de 2023

EL VIEJO Y EL SOL

 


EL VIEJO Y EL SOL

 

 

Había vivido mucho.

Se apoyaba allí viejo, en un tronco, en un gruesísimo

   tronco, muchas tardes cuando el sol caía.

Yo pasaba por allí a aquellas horas y me detenía a observarle.

Era viejo y tenía la faz arrugada, apagados, más que

   tristes los ojos.

Se apoyaba en el tronco, y el sol se le acercaba primero,

   le mordía suavemente los pies

y allí se quedaba unos momentos como acurrucado.

Después ascendía e iba sumergiéndole, anegándole,

tirando suavemente de él, unificándole en su dulce luz.

¡Oh el viejo vivir, el viejo quedar, como se desleía!

Toda la quemazón, la historia de la tristeza, el resto de

   las arrugas, la miseria de la piel roída,

¡cómo iba lentamente limándose, deshaciéndose!

Como una roca que en el torrente devastados se va

   dulcemente desmoronando,

rindiéndose a un amor sonorísimo,

así, en aquel silencio, el viejo se iba lentamente

   anulando, lentamente entregando.

Y yo veía el poderoso sol lentamente morderle con

   mucho amor y adormirle

para así poco a poco tomarle, para así poquito a poco

   disolverle en su luz,

como una madre que a su niño suavísimamente en su

   seno lo reinstalase.

 

Yo pasaba y lo veía. Pero a veces no veía sino un

   sutilísimo resto. Apenas un levísimo encaje del ser.

Lo que quedaba después que el viejo amoroso, el viejo

   dulce, había pasado ya a ser la luz

y despaciosísimamente era arrastrado en los rayos

   postreros del sol,

como tantas otras invisibles cosas del mundo.

 

Vicente Aleixandre

Cuadro: "Hojas de otoño" de Miguel Oscar Menassa

 

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