EL VINO TRISTE
Lo difícil es sentarse sin
hacerse notar.
Lo demás viene por
añadidura. Tres sorbos
y retorna el deseo de
imaginarse solo.
Se abre de par en par un
fondo de zumbidos distantes,
todo se dispersa y haber
nacido y contemplar la copa
constituye un milagro. El trabajo
(el hombre solo no puede
dejar de pensar en el trabajo)
vuelve a ser el antiguo
destino que es hermoso sufrir
para poder pensar en él. Después
los ojos clavan
su mirada en el aire,
dolientes, cual si estuviesen ciegos.
Si este hombre se alza de
nuevo y va a acostarse a su casa,
parece un ciego que ha
extraviado el camino. Cualquiera
puede salir de un rincón y
machacarlo a golpes.
Puede salir una mujer y
tenderse en la calle,
joven y bella, bajo otro
hombre, gimiendo
igual como gimió una mujer
con él hace tiempo.
Pero este hombre no ve. Va
a su casa a acostarse
y la vida no es más que un
zumbido de silencio.
Al desnudar a este hombre,
se encuentran miembros exhaustos
y pelo brutal, aquí y allá.
¿Quién diría
que por este hombre
circulan venas tibias
en que hace tiempo quemaba
la vida? Nadie creería
que una mujer hubiese
acariciado, hace tiempo,
aquel cuerpo y besado
aquel cuerpo, que tiembla,
y lo hubiese bañado con lágrimas
ahora que el hombre,
que ya ha llegado a su
casa, no consigue dormir, pero gime.
Cesare Pavese
Cuadro: "Amor entre colores" de Miguel Oscar Menassa
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