MANÍA DE SOLEDAD
Ceno con frugalidad junto
a la clara ventana.
En la estancia está oscuro
y se ve aún en el cielo.
Al salir a la calle, los
caminos tranquilos conducen,
al cabo de un rato, hasta
campo abierto.
Como y examino el cielo
-¡quién sabe cuántas mujeres
cenarán a esta hora!-. mi
cuerpo está tranquilo;
el trabajo atolondra mi
cuerpo y también las mujeres.
Fuera, después de cenar,
las estrellas vendrán a tocar
la tierra sobre la ancha
llanura. Están vivas las estrellas,
pero no valen lo ue estas
cerezas que me como a solas.
Veo el cielo, pero sé que
entre los techos herrumbrosos
brilla ya alguna luz y
que, debajo, se advierten ruidos.
Una gran bocanada y mi
cuerpo degusta la vida
de plantas y ríos y se
siente desprendido de todo.
Basta un pequeño silencio
y todo se para
en su puesto real, al
igual que mi cuerpo se para.
Todas las cosas quedan
aisladas ante mis sentidos,
que las aceptan sin
desconcentrarse: un rumor de silencio.
Todas las cosas puedo
saberlas en la oscuridad
como sé que mi sangre
circula por las venas.
La llanura es un inmenso
flujo de agua entre las hierbas,
una cena de todas las
cosas. Viven inmóviles
guijarros y plantas. Siento
que mis alimentos me nutren
las venas
con todas las cosas
vivientes de esta llanura.
No importa la noche. El retazo
de cielo
me susurra todos los
fragores y una estrella menuda
se agita en el vacío,
lejos de la comida,
de las casas, distinta. No
se basta a sí misma
y requiere compañía
excesiva. Aquí, solo y a oscuras,
mi cuerpo está en calma,
se siente todo un dueño.
Cesare Pavese
Cuadro: "Y cada uno tendrá su pequeña balsa" de Miguel Oscar Menassa
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