jueves, 26 de enero de 2023

VUESTRO NOMBRE NO SÉ, NI VUESTRO ROSTRO

 


VUESTRO NOMBRE NO SÉ, NI VUESTRO ROSTRO

 

 

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro

conozco yo, y os imagino blanca,

débil como los brotes iniciales,

pequeña, dulce… ya ni sé… divina.

En vuestros ojos placidez de lago

que se abandona al sol y dulcemente

le absorbe su oro mientras todo calla.

Y vuestras manos, finas, como aqueste

dolor, el mío, que se alarga, alarga,

y luego se me muere y se concluye

así, como lo veis; en algún verso.

Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca

tenéis un rumoroso colmenero.

Si las orejas vuestras son a modo

de pétalos de rosas ahuecados…

decidme si lloráis, humildemente.

Mirando las estrellas tan lejanas.

Y si en las manos tibias se os aduermen

palomas blancas y canarios de oro.

Porque todo eso y más, vos sois, sin duda:

vos, que tenéis el hombre que adoraba

entre las manos dulces, vos la bella

que habéis matado, sin saberlo acaso,

toda esperanza en mí… vos, su criatura.

Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma

estáis gustando el amor secreto

que guardé silencioso…. Dios lo sabe

por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo

tan cerca de mi brazo, que a extenderlo

acaso mía aquella dicha vuestra

me fuera ahora… ¡sí! Acaso mía…

Mas ved, estaba el alma tan gastada

que el brazo mío no alcanzó a extenderse:

la sed divina, contenida entonces,

me pulió el alma… ¡Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos

el se adormece y le decís palabras

pequeñas y menudas que semejan

pétalos volanderos y muy blancos.

Acaso un niño rubio vendrá luego

a copiar en los ojos inocentes

los ojos vuestros y los de él

unidos en un espejo azul y cristalino…

¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!

¡Arrancaban tan firmes los cabellos

a grandes ondas, que a tenerla cerca

no hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen

los labios suyos; él me dijo un día

que nada era tan dulce al alma suya

como besar las femeninas manos…

y acaso, alguna vez, yo, la que anduve

vagando por afuera de la vida,

-Como aquellos filósofos mendigos

que van a las ventanas señoriales

a mirar sin envidia toda fiesta-

Me allegue humildemente a vuestro lado

y con palabras quedas, susurrantes,

os pida vuestras manos un momento,

para besarlas, yo, como él las besa…

y al recubrirlas, lenta, lentamente,

vaya pensando: aquí se aposentaron

¿Cuánto tiempo?, sus labios, ¿cuánto tiempo

en las divinas manos ue son suyas?

¡Oh, qué amargo deleite, este deleite

de buscar huellas suyas y seguirlas

sobre las manos vuestras tan sedosas,

tan finas, con sus venas tan azules!

Oh, que nada podría, ni ser suya,

ni dominarle el alma, ni tenerlo

rendido aquí a mis pies, recompensarme

este horrible deleite de hacer mío

un inefable, apasionado rastro.

Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,

barrera ardiente, viva, que al tocarla

ya me remueve este cansancio amargo,

este silencio de alma en que me escudo,

este dolor mortal en que me abismo,

esta inmovilidad del sentimiento

¡Que solo sala, bruscamente, cuando

nada es posible!

 

Alfonsina Storni

 

 

 

 

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