ESTILO DEL FANTASMA
Ya por
añejos vinos,
corre
sangre, corren caballos negros, corren sollozos, corre muerte,
y el sol
relumbra en materias extrañas.
Sobre el
fluir fluyente, abandonado, entre banderas fuertes,
sujeto tu
ilusión, como un pájaro rojo,
a la orilla
de los dramáticos océanos de números;
y, cuando
las viejas águilas,
atardecen
tus pupilas de otoño, llenas de pasado guerrero,
y el escorpión
del suceder nos troncha la espada,
mi furiosa
pasión,
mi soberbia,
mi quemada
pasión,
contra “la
muerte inmortal”, levantándose, frente a frente,
enarbola sus
ámbitos,
la marcha
contra la nada, a la vanguardia de aquellos ejércitos
tremendos,
en donde
relucen las calaveras de los héroes.
Sí, el
incendio en las últimas cumbres;
guarda las lágrimas
en su tinaja el vendimiador de dolores,
y sopla un hálito
como trágico,
de tal
manera ardido y helado, simultáneamente;
suena el
miedo, de ser, entonces.
Encaramados a
todos los símbolos,
feas
bestias, negras bestias nos arrojan fruta podrida, cocos
de tontos y
obscuras imágenes hediondas,
y los
degenerados de verula,
vestidos de
perras,
largan
amarga baba de lacayos sobre nosotros;
es, amiga,
la familia del mundo,
no, es la
flor del estiércol, es la flor, es la flor morada y
roñosa de la
burguesía;
pero a la
medida que nos empequeñecemos de años y de
llantos,
para bajar hacia la montaña de abajo,
y la figura
de la verdad nos marca la cara,
avanzan
hijos e hijas, retozando en la historia, derrochando,
derramando
grandes
copas dulces, y el vino y la miel rosada de la juventud,
se les caen
como la risa
a la Rusia soviética;
tú y yo nos
miramos y envejecemos, porque nos miramos,
y porque el
arte patina las cosas,
levantando
su ataúd entre individuo e infinito.
Ahora, si
nosotros nos derrumbamos,
con todo
aquello que nos amamos y nos besamos, mutuamente,
cargados de
vida,
y en lo cual
radicó el honor de la existencia,
va a ser
ceniza la figura del sexo y de la lengua y del pecho
y del corazón
que ya alumbra,
y en los
pies estará todo el peso del mundo,
y ya nos
vamos llegando, aproximando a la órbita, llenando
de dispersión,
colmando de sombra,
y tu belleza
batalla contra tu belleza…
Emigran las
golondrinas desde tu pelo de pueblos;
el tiempo de
las cosechas del trigo y el vino
flamea en tu
corazón cubierto de huevos de tiempo y manzanas,
es decir,
como tarde, cuando la tarde arrea sus rebaños;
nosotros
dos, nosotros, cómo nos morimos, y cómo,
en ti la
niña marchita, tan linda,
entristece
de dignidad feliz a la mujer hermosa y profunda,
como un
carro de fuego,
en mí, el
adolescente agresivo y entusiasta,
yace en este
animal desesperado, con pecho tremendo, que
agita la
dialéctica;
país de
soledad, adentro del cual golpea y revienta el océano,
y es una
enorme isla, tan pequeña, que da espanto, y gira
rugiendo,
porque dos
criaturas están abrazadas;
huele a agua
mojada, a paloma amarilla, a novela, a laguna,
a vasija de
otoño,
y un
horizonte de suspiros y sollozos
suspende una
gran tormenta sobre las nuestras cabezas;
el pájaro pálido
de las hojas caídas
aletea a la
ribera de los recuerdos, entre los braseros arrodillados,
y retornan
las viejas lámparas del pretérito.
Pablo de Rokha
Chile, 1984
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