LAS ÁGUILAS
El mundo encierra la
verdad de la vida,
aunque la sangre mienta melancólicamente
cuando como mar sereno en
la tarde
siente arriba el batir de
las águilas libres.
Las plumas de metal, las
garras poderosas,
ese afán del amor o la
muerte,
ese deseo de beber en los
ojos con un pico de hierro,
de poder al fin besar lo
exterior de la tierra,
vuela como el deseo,
como las nubes que a nada
se oponen,
como el azul radiante,
corazón ya de afuera
en que la libertad se ha
abierto para el mundo.
Las águilas serenas
no serán nunca esfinges
no serán sueño o pájaro,
no serán caja donde
olvidar lo triste,
donde tener guardado
esmeraldas u ópalos.
El sol que cuaja en las
pupilas,
que a las pupilas mira
libremente,
es ave inmarcesible,
vencedor de los pechos
donde hundir su furor
contra un cuerpo amarrado.
Las violetas alas
que azotan rostros como
eclipses,
que parten venas de zafiro
muerto,
que seccionan la sangre
coagulada,
rompen el viento en mil
pedazos,
mármol o espacio
impenetrable
donde una mano muerta
detenida
es el claror que en la
noche fulgura.
Águilas como abismos,
como montes altísimos,
derriban majestades,
troncos polvorientos,
esa verde hiedra que en
los muslos
finge la lengua vegetal
casi viva.
Se aproxima el momento en
que la dicha consista
en desvestir de piel a los
cuerpos humanos,
en que el celeste ojo
victorioso
vea sólo a la tierra como
sangre que gira.
Águilas de metal sonorísimo,
arpas furiosas con su voz
casi humana,
cantan la ira de amar los
corazones,
amarlos con las garras
estrujando su muerte.
Vicente Aleixandre
Cuadro de Jan Brueghel
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