EL REBAÑO
A
veces los corderos bajaban como nubes
cálidamente
blancas por la dulce ladera.
Las
alas de la tarde se batían dichosas
y
Dios era un amigo sencillo con nosotros.
En
la corte del sueño los hombres contemplaban
felizmente
la vida blanquear en los campos
entre
los besos húmedos del césped casi niño
que
castamente daba su piel a la caricia.
La
lana nos mullía amablemente todo,
la
voz era en la lana una sonrisa sorda
y
la luz en la lana, como la leche dulce
discurría
chorreando su paz de media tarde.
Todo
era como un humo gozoso. Maduraba
la
pupila del hombre sus vegetales brillos
sobre
todas las cosas. La vida se tendía
como
los recentales bajo el beso del cielo.
El
mundo trascendía de olores campesinos:
el
romero, el espliego, la mejorana, el sauco,
la
galipea, el pino, la resina, la salvia,
el
heno y la tibieza cercana del ganado.
El
vellón de la vida nos arropaba, éramos
niños
en la guedeja maternal y sencilla.
Amor
no es la palabra porque el amor acaso
duele
siempre y destruye con su fuego glorioso.
Los
corderos dejaban su blancor por los campos.
Dios
venía a nosotros. Mas ¿así nos quería?
Una
ubre con leche de discordia
estaba
amamantando los cachorros del hombre.
Leopoldo
de Luis
Cuadro: Animales lejanos de Miguel Oscar Menassa
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