jueves, 6 de octubre de 2022

AGRESIÓN DE LOS METALES

 


AGRESIÓN DE LOS METALES

 

 

CONTRA el desierto espíritu del hombre

se alzan los metales agresivos.

 

Estaban como cíclopes enormes

sepultos en los claustros de las minas,

soportando el volumen de la tierra

y la concavidad de la penumbra.

Eran la fragua súbdita del fuego

y el zócalo central de la potencia.

En las grietas volcánicas del mundo,

hendido por violentas claraboyas

y heridas de telúricas batallas,

sentíase latir el movimiento

de su confusa longitud esclava.

Mirábanse sus hombros oprimidos

bajo el peso de sales y de rocas,

y el sólido contacto de sus vértebras

enlazadas por nudos geológicos.

Y ciegos o con ojos entre brumas

de perpendiculares socavones,

se agitaban debajo de los siglos

y al fragor de los grandes terremotos,

como torpes criaturas subterráneas

en busca de la vida vertical.

 

El hombre descendió hasta sus clausuras

a remover basálticos olvidos.

Los sacó de las últimas cisternas

para darles su misma semejanza.

Quiso lavar de sus arterias ocres

el polvo de los pétreos catafalcos

y de las vegetales ligaduras,

para que se mostraran con la fuerza

de las transformaciones primitivas;

con el silencio del abismo abstracto

en la virginidad de las miradas;

 

el azoro del ser que se descubre

desnudo en el temblor de la inocencia,

y la vitalidad de las estirpes

que suben desde el fondo de las formas

al clima de una nueva creación.

 

Y aparecieron en la superficie

con su rudimentaria arquitectura

de bloques equiláteros y masas

que la armonía mineral esculpe.

Surgidos de los cúmulos acuáticos,

manaban de sus filtros arteriales

los zumos de las capas cenagosas.

Con túnica de légamos y riscos,

parecían oscuros caminantes

que vuelven de caóticos desiertos.

Despertaban de sueños sin figuras

soñados en glaciales laberintos,

y de sus cuarteaduras inorgánicas,

punta de móvil claridad salía,

como tallo de luz en las paredes

del cuarzo protector de la esmeralda,

todavía cubierta con la sombra

de las encarnaciones al brotar.

 

TODO el color de la existencia activa

iluminaba sus nocturnos poros.

El azul de las aguas temporales

que el frío acendra en taumaturgos lagos.

Y otro azul diferente que no existe

y a la distancia de las pupilas toca

sin mostrarse jamás, como el misterio

que defiende los ámbitos del Sol.

 

Germán Pardo García

Cuadro: "El sueño dorado" de Miguel Oscar Menassa

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