LA ABANDONADA
Aún no hace
mucho tiempo,
cuando el
mundo era un vidrio del color de la dicha,
no un puñado
de arena,
te mirabas
en alguien igual que en un espejo que te embellecía.
Era como
asomarte a las veloces aguas de las ilimitadas
indulgencias
donde se
corregían con un nuevo bautismo los errores,
se llenaban
los huecos con una lluvia de oro, se bruñían las faltas,
y alcanzabas
la espléndida radiación que adquieren hasta
en la noche
los milagros.
Imantabas las
piedras con pisarlas.
Hubieras apagado
con tu desnudez el plumaje de un ángel.
Y algo
rompió el reflejo.
Se rebelaron
desde dentro las imágenes.
¡Quién
enturbió el azogue?, ¿quién deshizo el embrujo de
la
transparencia?
Ahora estás
a solas frente a unos ojos de tribunal helado
que trizan
los cristales,
y es como si
en un día la intemperie te hubiera desteñido
y el
cuchillo del viento hecho jirones y la sombra del sol desheredado.
No puedes
ocultar tu pelambre maltrecha, tu mirada
de animal en
derrota,
ni esas
deformaciones que producen las luces violentas
en las
amantes repudiadas.
Estás ahí,
de pie, sin indulto posible, bajo el azote de la fatalidad,
prisionera
del mismo desenlace igual que una heroína en el carro del mito.
Otro cielo
sin dioses, otro mundo al que nadie más vendrá
sumergen en
las aguas implacables tu imperfección y tu vergüenza.
Olga Orozco
De “En el
revés del cielo”
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