jueves, 31 de diciembre de 2015

Poema leído en el recital "Versos y Besos de Otoño"


LA PIEL, ESA DISTANCIA DE LAS PALABRAS

Como fiera apacible y salvaje
abarcaba
sin tocarla
siempre la cintura,
ese lugar donde dividirla
en pedazos frágiles
y
mirándole lentamente a la boca
besar sus ojos de color cambiante
según cantara el viento.
Bailábamos a escondidas,
entre la multitud,
porque sabíamos
que el sol, giraba nuestros pasos
marcando un silencio de destino.

Y nunca, ese era el juego,
nos hablábamos
sin escribir al menos cien poemas
sespués de crear sumergidos
algún maremoto.
Nuestros encuentros, eran
--como pueden comprender—
largos y esperados,
taciturnos y atolondrados
como amor de continentes separados.

Amábamos la distancia,
esa precisa medida
de la puntuación.
Escrupulosos, calculábamos en duras
conversaciones con el diccionario
un acento tendido
al sol y después  inventábamos
cualquier palabra:
                                 trapecio de costado
                                 o sombra de laurel.

Conocíamos algún secreto,
por eso moríamos por morir
en cada frase
y reíamos futuros encuentros.

Nos encontramos, recuerdo,
la primera vez en un desván,
un viejo desván de madera y suelo crujiente
a cuerpos alborotados
por la pasión.

Aún crepita
aquel amor.

Ella jugaba con mis arrugas pronunciadas
de sabiduría torpe
yo, joven a su lado
con el borde de los labios
lamía de soslayo sus pechos,
sin  alcanzar de areola sus pezones
erguidos,
insolentemente hermosos
mirando altos la sed de todos los dioses.

De mirada altiva
y quebrada sonrisa, cual
mujer lenta y precisa de belleza,
me buscaba siempre en la sombra
a baja temperatura,
para hacerme crecer entre sus manos
al calor de sus versos.

Truhán y mentiroso de años
cruzaba despacio los rincones
esperando seguirla en sus quiebros.

Éramos grandes bailarines del eco,
una sílaba alcanzaba
para mantener el fuego,
una frase, inventaba nuevas historias:
¡me lo debes!
y seguía escribiendo para esconder sus labios
en versos,
su cintura en estrofas
y mentirle de amor un nuevo baile.

Un día de otoño cálido
--no recuerdo el continente—
nos encontramos para olvidar
y ahí, comenzó un nuevo verso.
Leía lento mis poemas y
ella besaba mis manos inquietas,
rozándome las mejillas
en un gesto de amor.
Y cuando me pedía que la poseyera,
acariciando las hojas de sus poemas
y en voz alta,
cruzaba milenios de relámpago y
atronaba junto a sus sienes
a todos los poetas en una conjunción.

¡Calla,  calla! Y ámame decía
y entonces cerraba todos los libros,
gritaba de memoria un verso
inventado al azar,
un verso de aire y fuego
que nadie jamás escribiría.

Carlos Fernández del Ganso

De “Diván de sueños”
Coordinador de los talleres de poesía Grupo Cero en Alcalá de Henares
Integrante de la Escuela de Poesía Grupo Cero en Madrid

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