PARAÍSO PERDIDO
Fui en esa casa el hijo bienamado.
Cuando
los otros niños se alejaban
a
cazar mariposas en el bosque,
yo
quedaba en silencio, paralítico,
cual
otra mariposa aprisionada
bajo
la intimidad de una alacena.
Viví
a la orilla del sepulcro, oyendo
devorarse
a sí mismos los gusanos,
y
adquirí desde entonces un sentido
larval
de la existencia y de las cosas.
Al
que la muerte besa desde niño,
será
siempre un cadáver transeúnte.
Mi
padre me acunaba y me decía:
¿cuándo
vas a volar, hijo del aire?
y
al fin abrí las alas dolorosas.
Hoy
tengo setenta años. Ya no existe
mi
padre; y en la casa, único huésped,
el
frío lastimero la transita.
Más
he vuelto y clamado: soy el águila
que
retorna a morir donde naciera.
Estos
muros son míos. Estas ruinas
por
derecho natal me pertenecen.
Mi
padre me las dio en su testamento,
y
a la vez un turpial y un gallo mudo.
Yo
soy el albañil de estas paredes
y
el mezclador de cal y el hortelano.
Y
quise entrar, sentarme en esos quicios,
comer
lo que sobrara de esas frutas
y
restaurar las duelas amarillas.
Más
un ángel nocturno y silencioso,
bajo
la faz de un perro amenazante,
desnudó
las espadas de sus dientes
y
me negó la entrada al paraíso.
Germán
Pardo García.
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