UN RELÁMPAGO, APENAS
Frente al espejo, yo, la
inevitable:
nada que agradecer en los
últimos años,
nada, ni siquiera la paz
con las señales de los renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra
tampoco el esplendor del paso de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas
la escritura desolada del tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el
último beso, por el último adiós,
es una larga estría en un
mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata
los abismos
-ah intolerables vértigos,
pesadillas como un túnel sin fin-
bajo el sedoso engaño de
la frente que apenas si dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos
ojos que indagan la distancia
hasta donde comienza la
región de las brumas,
ciudades congeladas,
catedrales de sal y el oro viejo del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de
muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran
las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces,
envuelto por el vaho de la más lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi
ya no estoy, o apenas si soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como
desde un Jordán guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra
vez en cualquier lugar del mundo,
a pesar de la noche
acumulada en todos los rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos.
Fue un temblor, un relámpago, un suspiro, el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se
agitaron las aguas y te arrastró el oleaje
más allá de la última
frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo,
yo, l inevitable;
una imagen en sombras y
toda la soledad multiplicada.
Olga Orozco
Argentina 1920-1999
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