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Don Juan
Fermín de Plateros
baja la sierra
en su jaca,
dos luceros en
los ojos
y una zozobra
en el alma.
Una garrocha
en el hombro,
cuatro
herraduras de plata
y en la sombra
del caballo
una acollarada
galga.
No contesta la
perdiz
que tartamudea
en las matas,
ni al arroyo
que se ríe
sobre las
chinas lavadas.
Don Juan
Fermín de Plateros
cesa en esta
cabalgada,
que del mundo
se retira
cuando se apee
de su jaca.
Ni a Bailén de
guerrillero,
ni a la plaza
a quebrar cañas,
ni a la fuente
a robar besos
de
colmeneruelas mansas.
Ni a derribar
toros bravos,
ni a reñir en
las posadas
entre una
jarra de vino
y una mesonera
en jarras;
que en la
curva de su vida
puso un punto.
Voz le llama.
De esquila
voz. De suave
divina esquila
afilada,
que tañe entre
sus pecados
en la torre de
su alma.
Fernando
Villalón
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