INCIDENTES
DOMÉSTICOS
[III]
Es de noche, en mi
estudio.
Profunda soledad; oigo el
latido
de mi pecho agitado
-es que se siente solo,
y es que se siente blanco
de mi mente-
y oigo a la sangre
cuyo leve susurro
llena el silencio.
Diríase que cae el hilo
líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, solo, éste
es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de aceite
baña en lumbre de paz
estas cuartillas,
lumbre cual de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores,
doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno
me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver
si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre
las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso en mi edad viril;
de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es una tentación
dominadora
que aquí, en la soledad,
es el silencio
quien me la asesta;
el silencio y las sombras.
Y me digo: “Tal vez cuando
muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
-la cosa que fui yo,
éste que espera-,
como esos libros
silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del
blando aceite,
lámpara funeraria.”
Tiemblo de terminar estos
renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento
misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.
Miguel de Unamuno
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