sábado, 8 de marzo de 2014

Poema leído en el taller el 16 de febrero de 2014


ODA A LA ALEGRÍA

Penetramos,
¡oh divina alegría! En tu santuario.
Schiller

Tu santuario, ¡oh, divina Alegría! Se eleva
Como la ola, espuma de agua sobre las aguas
del mar, arquitectura, cúpulas y arbotantes
de agua, sosteniendo a la ola, agua pura.

Así, tú, de ti misma te encrespas y susurras
soberana recubres, transportas y atropellas…
tu glorioso esplendor centellea en las playas,
en las mentes y alientos, en latidos y gritos.
Tu ímpetu te asemeja a la ola estruendosa.

La ola es un suspiro, una risa radiante,
espuma de poder rizada en espirales
que caen y se levantan; caen por su propia fuerza,
su caer es seguir para de nuevo alzarse,
es llevar mantenida la impecable voluta
de gloria geométrica –impulso y cumplimiento…

Así mismo es tu fórmula. En el crisol fundidas
van pregunta y respuesta, van petición y dádiva
fiel, indivisibles, rimando con la dicha.
Breve en tu eternidad ¡oh divina! En tu instante,
burbujas de la sangre alzan tu alcázar, súbitas.

Con llamas de la sangre inflaman tu edificio,
ígneas salas de luz rosada, primavera
de sangre en erección, en columnas y criptas
palpitantes, en sótanos en donde aún la risa
no es carcajada; es sólo tierno ovillo de sangre.

Tu, falena, aleteas ¡divina! En el plafón
de tu santuario, unánimes, galopan los caballos
con impulso gemelo. Luz roja de la sangre
tiñe sus blancos pechos, sus grupas afrodíticas.

El incienso, en tu templo, lanza aromas de triunfo
que escapan de las brasas en el botafumeiro
del corazón, que exulta y golpea los muros
con el ritmo del verso del himno a ti debido.
Canta y prodiga notas que del oro no tienen
más que el incorruptible sonido; cornucopia
que la sangre acuñada por el deseo esparce.

Tu santuario es aurora que despierta al dormido,
no hay que ir paso a paso hacia tu umbral, te ciernes
o te inflamas o estallas sobre el alma, y el ama
poseída por ti, está en ti y en si misma…

Tu santuario, ¡oh divina alegría! Se eleva
sobre la roca, torres, poterna puentes alzado
-la luz no reverbera ni hace temblar las líneas-.
Silueta que recorta la tijera de un niño
y pega en el espacio del ocaso verdoso
-turquesa exangüe, fija detrás del horizonte-
como ejercicio de hábil constructor parvular.

El recuerdo, artesano de inmarcesible infancia,
te edifica un santuario de neta lejanía,
de planos primitivos, sin ambiente, desnudos
arcos donde, al pasar, pliega el Ángel las alas.
Muro, adarve, atalaya, torre del homenaje
tu santuario ¡oh divina! Ahora es fortaleza
inexpugnable –término trivial si roca fuese-,
inexorable, puesto que solamente es brillo
del diamante, del iceberg que flota como un templo
y los barcos se estrellan contra él, si pretenden
orar bajo su nave, que luz polar traspasa.

Como la ola es agua, también es agua el témpano
más no ríe, reluce con pristina fijeza
en un mundo que niega a la vida el acceso.

Tu Templo es el cristal, el prisma de carbono
purisimo, tan puro, tan duro, invulnerable
al golpe del martillo. Impasible a las lágrimas,
finge como ellas, agua en quietud poliédrica.

Tú, lejos refulgente, eres, puesto que fuiste…
pero la estrada asciende hacia ti, ángulo agudo
en que ruedan…rodamos los que jamás, jamás
nunca jamás podremos llegar a los umbrales
de tu santuario, nunca penetrar en tu aurora.

¡Nunca jamás! Y siempre recordando tu rostro
como un bien que tuvimos –la dracma inolvidable
que se busca a la luz de un candil de memoria.

¡Y no querer siquiera emprender el camino
hacia ti! ¡y no dudar siquiera, grata duda
oculta entre los velos de la desesperanza!

Y temer, ¡oh terror! Que llegue al fin un día
en que, al oír tu nombre, pregunte: ¿De quién hablan?

Rosa Chacel


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