viernes, 16 de marzo de 2018

MIENTRAS CORREN LOS GRANDES DÍAS - Enrique Molina


MIENTRAS CORREN LOS GRANDES DÍAS


Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el sol consagró;
las lluvias entretejidas a los largos cabellos con salvajes perfumes
y su blanda y ondeante música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa
en los tensos violines
honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se
reúnen a recoger su parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el atardecer se condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la
mujer desnudándose,
abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos, como
un espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo
ese cuerpo suntuoso,
arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras los
semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento
plañe bajo las hojas de la hiedra.

¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de vivir…!
¡Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras trepan por mis huesos,
envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable giro del Verano,
a través de los muebles inmóviles y mansos, de las canciones
de alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras trepadoras,
de su incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla estival.


Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta temblando, como el que sueña que la sombra en él y su adorable carne se licua
a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas
y pasa la yema de sus dedos por sus cejas, comprueba de
nuevo sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto,
mientas corren los grandes días sobre la tierra inmutable.

Enrique Molina

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